104 aniversario del nacimiento de Luis Bedoya Reyes
Luis Bedoya Reyes, el último político histórico con carácter del Perú, si hubiera seguido vivo, hoy estaría cumpliendo 104 años de edad, pues nos dejó a los 102, en el 2021. Alan García, que decidió el suicido antes que su honor buscaran mancillarlo, fue sin discusión, el penúltimo de nuestra clase política contemporánea. Aunque provengo de familia aprista –abuelo y madre trujillanos y tíos apristas, que me llevaron a apreciar la obra de Víctor Raúl Haya de la Torre–, siempre profesé mi vocación socialcristiana y por eso mi admiración por Bedoya. Junto a Ernesto Alayza Grundy, dedicó horas de su juventud a dictar clases en la Escuela Nocturna del Colegio San Vicente de Paúl de Surquillo, en el que tuve el privilegio de ejercer la docencia, muchos años después. En su vida política activa Bedoya tuvo el temperamento que tanto reclamamos de nuestros políticos para superar los momentos aciagos del Perú como la inseguridad ciudadana que hoy tanto nos preocupa. Dijo que haría la vía expresa –fue muy criticado por ello– y la hizo con decisión. Perdimos territorios y fuimos derrotados en una guerra que nos avisó que se venía, pero nuestros políticos no hicieron nada para encararla o atenuarla porque nunca miraron al país en prospectiva como sí lo hizo Bedoya, que fue un visionario por antonomasia. Fue la diferencia sustantiva que lo distinguió de aquellos que se pegaron al confort.
No le importó la crónica sombra prejuiciosa y tan limeña del qué dirán al decidir reunirse con Juan Velasco Alvarado, luego del golpe de Estado a Fernando Belaunde Terry, otro de los últimos políticos con casta de señorío y caballerosidad que tuvimos, aunque con poco carácter. Perdió dos veces las elecciones presidenciales –1980 y 1985–confirmando que no siempre las mayorías aciertan. En su enorme figura política con trayectoria descollante, Bedoya dio lección de lo que significa el servicio en la política bajando al llano para volver a postular a la alcaldía de Lima que también perdió, pero más Lima y sus habitantes de los 80, extasiados por el verbo de Alan García que, con un solo balconazo, llevó al sillón edil a Jorge del Castillo, que, objetivamente, no lo hizo nada mal. Bedoya decía las cosas directas, de frente y sin rodeos, guste o no a sus adversarios y a la gente. Esa fue la magia de su éxito, aunque había a quienes no le gustaba el tono de su verbo, siempre respetuoso pero con inocultable fino sarcasmo. Fue el estadista que nos perdimos. Voté por él todas las veces que pude verlo en la contienda política. La clase política peruana debería tener muy presente su enorme legado. En vida, propuse que fuera declarado el “Patriarca del Bicentenario” pero no fue consumado mi pedido. Siempre lo recordaremos.
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