¡Abrochémonos los cinturones!
La suerte parece ya estar echada. El presidente Vizcarra va a clausurar el Congreso y convocar a elecciones legislativas. Intenta conseguir un nuevo Parlamento que esté conformado por gente con la cual le “acomode” seguir gobernando sabe Dios hasta cuándo.
Un golpe de Estado de “baja intensidad” porque no se prevé la salida de tropa ni tanques. Aunque todo puede ocurrir. Porque disolver el Congreso apelando a los argumentos que esgrime Vizcarra sería un gravísimo golpe de Estado, donde tarde o temprano él acabará preso. Porque una vez quebrado el orden constitucional, se le abren las puertas al resto de fracturas legales. Interioricemos este drama. Nuestra Ley de Leyes será violentada porque a Vizcarra –presidente no electo directamente por la sociedad- no le “acomoda” gobernar con la oposición como mayoría congresal.
Claro, la distancia que existe entre el talento personal, intelectual y político de un Martín Vizcarra y estadistas como José Luis Bustamante y Rivero, Fernando Belaunde Terry o Alan García Pérez –ninguno de estos tres tuvo miedo a gobernar con una oposición legislativa muchísimo más inteligente, severa, articulada, y temeraria que la actual- obliga al hoy mandatario a tirar la toalla, y con ello a abrirle la puerta al extremismo, el desorden, la violencia y el caos en el país. Vizcarra ha confirmado ser portador del virus de la medianía. Pero en estadio terminal. Es incapaz –como fue Pedro Pablo Kuczynski- de administrar el país apelando al arte de hacer Política con mayúscula. De articular acuerdos sagaz e inteligentemente con las múltiples bancadas que existen en el Parlamento peruano. Cierto, esta atomización no solo complica la propia hermenéutica legislativa, sino dificulta la función del jefe del Ejecutivo.
Una traba reciente que, dicho sea de paso, surge a raíz de la llegada a la política de gente sin preparación alguna para ejercer cargos de responsabilidad. Por ejemplo, el imputado por corrupción Humala, cuando su grupo introdujo una numerosa bancada de legisladores en los comicios en que, por segunda vez, ganó la presidencia Alan García. Bancada cuya exclusiva misión consistió precisamente en hacerle la vida imposible a García.
Ahí sí hubo obstaculización desalmada, censuras a gabinetes, etc. Pero García apeló inteligentemente a la política, logrando ejecutar una de las mejores gestiones de gobierno del último medio siglo. ¡Y jamás siquiera insinuó la posibilidad de cerrar el Poder Legislativo! Qué desgracia para este país fue el triunfo arreglado de Kuczynski en los comicios de 2016. Sucedió cuando Humala le tendió la cama, impidiendo que votasen militares y policías -que en su mayoría posiblemente iban a votar por Keiko- apelando a un falso estado de alerta por las elecciones.
Humala lo hizo a cambio de que Kuczynski jamás investigase sus mega corruptelas. Y además, comprometió a PPK para que ejecutase ciertas obras humalistas -escandalosamente sobrevaluadas- como la refinería Talara, que ha endeudado al Perú por US$ 5,500 millones; la Línea 2 del Metro que también nos endeudará por US$7,500 millones, etc. Vizcarra es el insuperable sucedáneo de PPK. Intrigante, desconfiable, mendaz, incompetente. ¡Pero, sobre todo, sin genes de estadista! Vizcarra