Adiós, López Obrador, enemigo del Perú
En tres días culmina su mandato el presidente mexicano Manuel López Obrador, avezado protector de Pedro Castillo, de las dictaduras de Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Rusia. En este último caso, recordemos que en 2023 invitó a una brigada militar rusa a participar en el desfile por el Día de la Independencia, en momentos en que el ejército de Putin bombardeaba viviendas, escuelas y hospitales ucranianos.
Durante la campaña que lo llevó al Palacio Nacional, demonizó a sus antecesores, acusándolos de ineptos por la expansión de la delincuencia en sus periodos de gobierno.
Bajo el esotérico lema de “abrazos y no balazos”, asumió el compromiso de reducir drásticamente las cifras de asesinatos registradas por sus antecesores.
Sin embargo, el reporte oficial del Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública demuestra que sucedió exactamente lo contrario.
Durante la administración de Vicente Fox murieron 60,162 personas; con Felipe Calderón, 121,613 y con Peña Nieto 157,158.
Con López Obrador se registran, hasta hoy, 203,277 asesinatos, a los que debemos sumar 49,830 desaparecidos, más de 3 mil niños reclutados por el crimen organizado y que el 30% del territorio mexicano se encuentra controlado por los cárteles de la droga.
La prestigiosa académica Elena Morera, presidenta de la ONG Causa Común, pregunta: “¿Qué tipo de infancia tuvo el presidente, qué tragedias vivió o provocó para que sea hoy un mandatario manipulador y vengativo, al que no le conmueven las víctimas ni las masacres? Garantizó que acabaría con la corrupción y la impunidad. Millones creyeron en su palabra. Sin embargo, todo quedó en palabras huecas y lo que prometía como un gobierno de transformación se convirtió en el colapso de instituciones públicas y descomposición social”.
Luego agrega que “en lugar de enfrentar el crimen, optó por una estrategia que parecía más un pacto; abrazó a los criminales en lugar de investigarlos y detenerlos. Dejó a la población a su suerte mientras el país se sumía en una ola de violencia sin precedentes”.
Durante su mandato, realizó casi 300 conferencias de prensa matutinas, llamadas “mañaneras”, con una duración promedio de 130 minutos cada una. De acuerdo con el libro del periodista Luis Estrada, El imperio de los otros datos, el mandatario dijo en sus primeros cuatro años 101,155 mentiras o afirmaciones que no pueden probarse.
A los peruanos nos ofendió con mentiras y calumnias, presionando para que Pedro Castillo se mantuviera en el poder, a pesar del fallido golpe de Estado y de que gobernó con sujetos prontuariados o vinculados al Movadef, aparato político de Sendero Luminoso, y de cometer actos de corrupción.
Intervino pérfidamente en asuntos de competencia interna, violando principios rectores del derecho internacional. Sustentó esos excesos mintiendo. Decía que a Castillo lo vacaron los ricos limeños por ser un pobre profesor serrano de escuela rural, a quien, inclusive, no dejaron entrar a jurar al Congreso con sombrero, al tiempo que las aristócratas se tapaban la nariz cuando pasaba.
Después sostuvo que Castillo fue encarcelado sin mandato judicial ni defensa. Obvió, desde luego, informar que resultó vacado por 105 votos del Parlamento, incluyendo a sus propios partidarios; que luego fue acusado por el fiscal de la Nación e internado en un penal por decisión de un juez supremo, contando con una plataforma de por lo menos diez abogados defensores.
Como no hicimos caso, se negó a entregarnos la secretaría pro tempore de la Alianza del Pacífico y a exigirnos visa para entrar a su país.
Antes de irse, presionó a su reemplazante, Claudia Sheinbaum, para que no respondiera la carta de felicitación de la mandataria Boluarte ni la invitara a la transmisión de mando.
México, sin duda, está por encima, muy por encima, de un mandatario psicópata, pérfido enemigo de nuestro país, de su democracia y libertades.
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