¿Admiras a algún líder?
El año 2017 aplicamos un cuestionario a los alumnos de cuarto de secundaria de varios colegios de Lima Metropolitana y, entre las preguntas formuladas, figuraba la que titula esta nota. De un universo de 500 jóvenes de 15 y 16 años, el 55% manifestó no admirar a ningún líder, ni a nivel mundial ni nacional.
¿Es necesario que los jóvenes tengan líderes a quienes imitar y aprender? ¿Que un porcentaje significativo de jóvenes declare que no admire a ningún líder, qué comunica y cómo debería interpretarse? ¿La dificultad está en los jóvenes que, por estar inmersos en su propio mundo virtual, no miran hacia afuera? O ¿será que quienes deberían ser sus referentes no cumplen con su cometido? ¿Están creciendo los jóvenes sin referentes significativos y claros? ¿Son las figuras públicas –en los diversos ámbitos de la sociedad– las llamadas a ocupar el papel de modelos para los adolescentes? ¿Cómo debería ser el liderazgo que esperan los jóvenes?
El líder que influye no es el que necesariamente aparece en la portada de una revista o como protagonista en una serie televisiva, sino con quien se coincide y relaciona en un mismo ambiente. De lo contrario, ¿cómo podrían, los adolescentes aprender y/o confirmar el valor de la honestidad en la propia vida si no la ven encarnada en personas honradas en su entorno inmediato? El rastro y la huella que trasmite el líder con su ejemplo, no esporádico sino constante, va calando en los argumentos y comportamiento de un joven. “Sobre ética nos sobran homilías y sermones, y nos faltan testimonios, pasión, determinación, acciones y hábitos edificantes. En resumidas cuentas, referencias ejemplares” (Álvarez de Mon, S, 2012).
La condición relacional del liderazgo predica la presencia de vínculos. La neutralidad no es su atributo. Si caminando por la calle un desconocido nos detiene para darnos una indicación pertinente sobre el nudo de la corbata, lo último que uno hace es acomodársela. Pero si se conoce a quien te detiene –ante la misma indicación– se agradece y la corbata queda a punto. El vínculo es capaz de dilatarse hasta tornarse en significativo. Cuando esto ocurre, el adolescente califica a una persona como líder porque valora como positivos sus argumentos y conducta.
A mí me gusta percibir esa carencia de líderes públicos como una gran oportunidad para los padres de familia, para los profesores y, finalmente, para quienes, por razones profesionales, alternan con adolescentes. Para que una relación se torne significativa, una primera condición es que un padre o un profesor den lo que le es debido al adolescente. Es decir, el padre que quiera intencionadamente y con obras, sea íntegro, respete y dé ejemplo en casa; y, como profesor, preparando bien las clases, corrigiendo cuando sea pertinente, escuchando y orientando al adolescente, etc.
Como líderes relacionales, los padres y los docentes deberían procurar desembarazarse de la idea (¡prejuicio!) que pesa sobre ellos: los primeros, la de ser meros proveedores y los segundos, meros instructores. Su propósito es intentar ser auténticos y creíbles para generar confianza y seguridad, pilares de todo liderazgo.
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