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Agenda o caudillo

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Fecha Publicación: 31/10/2020 - 21:59
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Vista la carrera de inscripciones para planchas presidenciales y candidaturas al Congreso que deberán someterse a las elecciones internas en cada uno de los 24 partidos aptos, vuelvo a preguntarme hacia dónde nos conduce este engorroso proceso y si resulta cierto que ayuda a fortalecer la democracia participativa, el cotejo limpio de ideas o la transparencia de las propuestas.

En verdad, no creo que sea así. Estamos todavía en una etapa embrionaria de la reforma política donde conviven aparentes avances y vicios intrínsecos del sistema. Por ejemplo, la imposibilidad de honrar el principio de paridad y alternancia (la presencia equitativa de las mujeres en cargos de representación) debido a la vigencia del voto preferencial. Voto que podría no favorecer el equilibrio esperado.

Sin embargo, deberíamos ampliar la perspectiva más allá de la conjugación de las normas electorales, sabiendo que la ley no enmienda las matrices informales de nuestra sociedad. Airear los programas de gobierno, ¿acaso asegura que los electores inclinen su preferencia por quien mejor encarna un proyecto de vida para nuestro país? ¿Ha sido práctica común de los ciudadanos apostar por la agenda? ¿Hemos roto ese dique atávico que nos atrapa en el verbo, carisma y muchas veces gran oportunismo del caudillo?

Las interrogantes, a mi juicio, cobran valor cuando nos miramos en el espejo de las jornadas electorales de los últimos 40 años, tras cerrarse el ciclo de los gobiernos militares. En 1980, Fernando Belaunde obtuvo un voto reivindicativo frente a los magros resultados de 12 años de administración castrense, pese a que su primer periodo en palacio también terminó siendo desastroso. Alan García surgió como esperanza en 1985, solo por sus atributos de líder y no por alguna gestión singular en su joven carrera de parlamentario. Con Alberto Fujimori se inaugura en 1990 el llamado “voto por negación” porque pudo más el miedo al shock de Mario Vargas Llosa, además del rechazo a su altisonante campaña millonaria.

Pese al autogolpe y la perforación del sistema político, Fujimori asumió la imagen del caudillo iluminado y con ella se hizo del triunfo reeleccionista de 1995, algo que quiso repetir en el 2000 con claros indicios de fraude y una corrupción galopante manejada por su principal asesor. De ahí volvimos al ciclo del voto no afirmativo: Alejandro Toledo contra García, García contra Ollanta Humala, Humala contra Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski nuevamente contra Keiko.

En estas próximas elecciones generales, bajo las tinieblas de una severa crisis sanitaria y económica, nada asegura que haya voto por negación, o que la agenda razonable se imponga a los caudillos, o si un caudillo hará de su propia demagogia una agenda atractiva para el grueso del electorado. El pronóstico es temible.