Alentando la revolución marxista
73% -o más- de la actividad económica peruana es informal. Una verdad innegable que, además, la conocemos no de ahora. Desde hace décadas. Y los responsables de semejante tontería no son quienes desempeñan sus diarias actividades al margen del Estado, sino los incapaces gobernantes que lo han permitido a lo largo de medio siglo, sin haber realizado un solo ejercicio inteligente para evitarlo. Es más, para todos los efectos la norma puesta en práctica por nuestras inservibles autoridades siempre ha sido combatir la informalidad con medidas coercitivas, impuestas por entes públicos como la Policía Nacional y el Serenazgo sin contar con una normatividad comprobada y sencillamente lógica, ni menos con fundamentos de persuasión eficaces y prácticos. Sin duda la reacción del Estado ante la masiva y vertiginosamente creciente actividad informal ha sido –y sigue siendo- incoherente, intolerante y principalmente estúpida. Vale decir, una imperdonable deficiencia del Estado; por tanto de sus administradores políticos. Empezando por los presidentes, sus ministros, los congresistas y los demás ganapanes que han mamado de los contribuyentes sin hacer sus tareas. Más bien, vanagloriándose del oropel que da ese efímero poder de gobernar una nación. En este caso, pésimamente mal manejada.
Pues bien. En pleno tercer milenio tres cuartas partes de la economía peruana resulta que opera al margen de la legalidad; sin tributar; sin respetar los derechos del prójimo; sin someterse a las leyes de ordenamiento general; sin cuidar el medio ambiente, etc. Es decir, como si aquellas tres cuartas parte de la sociedad peruana pertenecieran a una etnia tribal privilegiada, autorizada a vivir al margen del cacicazgo para hacer lo que le venga en gana. Pero al borde de conmemorar 200 años como República, esto es lo que tenemos. Y no habrá manera de cambiarlo a menos que un iluminado encuentre alguna fórmula inteligente de enderezar al Perú por la única ruta del desarrollo exitoso. Que no es otra que la vía ci-vi-li-za-da.
Apostilla. Mientras tanto, en medio de esta violentísima “primavera” sudamericana que sacude a naciones mucho más avanzadas –y sobre todo formalizadas- que la nuestra, como Chile y Colombia, ocurre que la informalidad en que vivimos estaría sirviéndonos como momentánea capa de contención social ante la embestida castrista y chavista que insiste en incendiar nuestra pradera. La explicación es simple. El reclamo político que se repite en Ecuador, Bolivia, Chile o Colombia denuncia a las autoridades del Estado de retacearle los derechos al pueblo. Sin embargo este 73% -o más- de peruanos que viven en la informalidad son conscientes que para ellos simplemente no existe Estado. Divagaciones al margen, la verdad es que en medio de esta revolución marxista que amenaza a la región, resulta de idiotas levantar las banderas de la informalidad en tiempos de tanta crispación social. Ayer, por ejemplo, comprobamos la absoluta medianía -¿o complicidad?- del periodismo radial/televisivo y del gobierno peruano, observando cómo la emprendían contra unos colectiveros informales que bloqueaban calles quemando llantas, alentándoles a extralimitar sus protestas hasta encontrar el muertito que desate el incendio social calcado de los países vecinos.