Alma llanera
La causa democrática de Venezuela ha ingresado a una fase crucial, detonada ahora por el empecinamiento de Nicolás Maduro de perpetuarse en el poder, desconociendo las ya restrictivas normas electorales que están vigentes en ese país. No es siquiera la pantomima del ejercicio del voto indirecto y corporativo practicado en los regímenes comunistas —las famosas “asambleas populares”—, sino el sufragio directo, secreto y universal. En ese esquema se han zurrado Maduro y sus cómplices al negarse a mostrar las actas que dieron el triunfo incuestionable a Edmundo Gonzáles Urrutia.
América y el mundo tienen nuevamente la oportunidad de cerrar filas con el pueblo venezolano burlado e incrementar la presión a fin de precipitar la caída de la mafia que controla el poder absoluto. No se trata solo de los gobiernos, sino de una movilización popular encabezada por los líderes exiliados, quienes deben replicar la gesta de Gonzáles Urrutia y de María Corina Machado de estos últimos días. La resignación o la supuesta realpolitik ante tamaña banda criminal que gobierna uno de los países más grandes del continente no cabe en ningún escenario.
Claro que el pronunciamiento de las administraciones democráticas contra la tiranía de Maduro tiene mucho valor, y es necesario en ese terreno saludar el de Dina Boluarte, quien proyectaba señales de indecisión frente al tema. El desplazamiento del Canciller Elmer Schialer hacia Panamá para reunirse con Gonzáles Urrutia y otros líderes continentales en respaldo al presidente legítimamente elegido no deja duda alguna de que el Perú —salvo los miserables comunistas y oportunistas de siempre ligados a la izquierda— es un puño en defensa de la voluntad ciudadana de los hermanos venezolanos.
Sin embargo, la nueva fase requiere otra clase de acciones que trascienda el reconocimiento todavía simbólico a Gonzáles Urrutia como mandatario. Venezuela necesita un Día D. Es decir, la ofensiva bélica de sus mismos nacionales repartidos por el globo con el respaldo de fuerzas democráticas que rescate a ese 70 % de ciudadanos cuya expresión en las urnas fue desconocida por el sátrapa Maduro y su corte, tanto interna como externa. El Día D, recordemos, fue el comienzo del fin del tirano Adolfo Hitler, igual como meses antes la incursión aliada desde África inició la caída del fascista Benito Mussolini.
Maduro, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, Delcy Rodríguez y otros integrantes de la dictadura venezolana son los Hitler y Mussolini de nuestro tiempo, y no deben merecer contemplación alguna hasta que sean juzgados por sus crímenes. Las medias tintas y los ensayos burlescos de las mesas de diálogo se terminaron. Hoy América y el mundo libre tienen el alma llanera y no deben detenerse hasta la victoria final.
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