“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian”
Queridos hermanos, hoy celebramos el Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario, y la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre el perdón, la misericordia y la justicia que provienen de Dios.
La primera lectura, del Libro de Samuel, nos presenta a Saúl y David. Saúl, movido por la envidia, persigue a David con la intención de matarlo. Sin embargo, en una ocasión, mientras Saúl dormía, David tuvo la oportunidad de vengarse. Su compañero Abisay le dijo: “Mira, el Señor ha puesto a tu enemigo en tus manos, aprovéchalo y mátalo”. Pero David respondió: “Dios me ha puesto a mi enemigo en mis manos, pero no lo mataré, porque no podemos ir contra el ungido del Señor”. Esta escena es muy importante, porque nos enseña que la justicia pertenece a Dios. David no se tomó la venganza por su cuenta, sino que confió en el Señor. Como signo de su fidelidad, tomó la lanza y el jarrón de Saúl y, en vez de atacarlo, se los devolvió, diciéndole: “Aquí tienes tu lanza, que venga uno de tus hombres a recogerla”. Este episodio nos muestra la grandeza del corazón de David, quien, en lugar de responder con violencia, entregó su causa a Dios. Esto es una imagen de Jesús, quien, siendo del linaje de David, soportó la injusticia y la pasó a Dios, confiando en su justicia.
Por eso, respondemos con el Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas, rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. El Señor no nos trata como merecen nuestros pecados, sino con amor y misericordia. Nos da el ciento por uno y nos acoge como hijos.
En la segunda lectura, de la Primera Carta a los Corintios, San Pablo nos habla de la diferencia entre el hombre terreno y el hombre celestial. El hombre terreno es débil, hecho de polvo, limitado. Pero el hombre celestial es imagen de Dios, renovado por su gracia. Nosotros estamos llamados a ser hombres celestiales, a dejar atrás la naturaleza humana basada en el egoísmo, el rencor y la venganza, y a revestirnos de la imagen de Cristo, el Hombre Nuevo.
En el Evangelio según San Lucas, Jesús continúa con el Sermón del Monte y nos dice: “A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen”. Esto es lo más difícil para nosotros, porque tendemos a responder con rencor, a querer devolver el mal que nos hacen. Pero Jesús nos propone algo radical: “Al que te golpee en una mejilla, preséntale también la otra. Al que te quite la capa, entrégale también el manto”. Esto no significa permitir el abuso, sino romper la cadena del mal con el amor y la misericordia. Jesús nos pregunta: “Si solo hacéis el bien a quienes os hacen el bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo”. Es fácil amar a quienes nos aman, pero el amor cristiano va más allá: ama a los enemigos, es compasivo con los ingratos y malos. Y nos da un mandato claro: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados”.
Hermanos, este es el camino del cristiano. Dios nos da gratuitamente su amor y su perdón, y nos invita a hacer lo mismo con los demás. No es fácil, pero es el
camino de la verdadera libertad y de la felicidad que viene de Dios. Pidamos al Señor que nos ayude a vivir como hombres celestiales, a reflejar su misericordia en nuestra vida y a responder al mal con el bien.
Que este Espíritu habite en todos vosotros, y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos vosotros.
Amén
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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