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Amigos de camino

Fecha Publicación: 13/09/2024 - 20:30
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En los pueblos del Ande, la niñez, a pesar de todas las dificultades, tiene el privilegio de vivir experiencias únicas e irrepetibles. En los centros poblados de nuestro país, la vida se asemeja al recorrido del agua por riachuelos, acequias y por los cauces que ella encuentra sin buscarlos y es cuando la vida se pinta como el reflejo del cielo. En esos lares las criaturas aprenden de manera natural a convivir con la naturaleza y con todo lo que ella representa, y aprenden a respetarla, a cuidarla y a venerarla.

Al leer “Amigos de camino”, libro de relatos de Roger Agüero Pittman, volví inmediatamente a mis años de niño, a mi pueblo, a mi llaccta. Apenas abrí la primera página encontré que mucho de lo que narra se parecía a mis vivencias y seguramente a las vivencias de muchas personas que también proceden del Ande. Cada uno de los relatos narra bellos y conmovedores acontecimientos ambientados en el centro poblado Yurayacu, en el distrito de Huantar, en la sierra de Áncash. Los personajes son las niñas, los niños y los animales del campo quienes cohabitan en el pueblo. Aquí suceden hechos llenos de emociones que solo la literatura puede reflejar. Se sabe que en los pueblos los animales son parte de la familia y se les trata con esa deferencia. Víctor Hugo, al referirse a los animales y el hombre, expresó que “Los animales son de Dios. La bestialidad es humana”. En el caso de la niñez del Ande se equivocó.

No solo se trata de compañía, entretenimiento, ayuda, apoyo o simplemente vivir aventuras. Se trata de algo superior: de lo que hilvanan los animales y los niños, una leal y ejemplar convivencia, lamentablemente, ignorada e intencionalmente silenciada para quienes viven en otros entornos. “El libro, en su conjunto, expresa alegría, drama y diversión, y alcanza interés por la naturalidad en el uso del lenguaje, la vibración y el hilo narrativo y la eficacia en su brevedad”. La historia del potro Pallar, del perro Jacinto, del torito Gitano o Ushi, del chancho colorado o del gallo Flor de Haba, etc. les llevará a internarse en un hábitat pueblerino y vivirán en él para soñar y para reflexionar si vale la pena o no abandonar a nuestros pueblos. Más allá de nuestras propias reflexiones, el mundo se nos pintará con otros colores que ya quisiéramos que fuesen realidad.
Cuando terminé la lectura del libro, añoré un huainito ayacuchano, pero tarareé un alegre chimaychi, me puse de pie y decidí zapatearlo y me sentí uno de los niños de Yurayacu. Parecía un sueño. La felicidad me embargaba como en mis lejanos años en mi pueblito de Lucanas.

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