Amores tóxicos
Conmueve ver a personas generalmente jóvenes, aunque suele también verse de toda edad, atrapados -esa es la palabra- en relaciones íntimas que los van minando poco a poco, haciéndolas víctimas, como dice la psicóloga española María José Roldán, de un “dolor emocional que puede llegar a destruir todas sus partes sanas hasta que no quede nada más que el vacío.” Son los amores tóxicos.
En principio, en esta clase de amores hay ausencia de amor. En ellos, el otro, la otra, sustituyen lo que no tengo, lo que he perdido, lo que no soy, de tal suerte que sin ese otro, sin esa otra, mi vida no tiene ni finalidad ni sentido. Una muy baja autoestima, entre otros factores, como una infancia emocionalmente desvalida, la relación con la madre o el padre, el miedo, la propia inseguridad, algún trauma, algún complejo de culpa y otras que los especialistas descubren en el tratamiento, explican cómo una persona -hombre o mujer- puede conformarse con un amor tóxico, aunque éste signifique maltrato psicológico y en los casos más graves, físico; inestabilidad permanente y temor a ser abandonados porque esa persona, por su experiencia de vida, no conoce otra forma de amor.
El amor es el gran argumento de la vida, escribió Julián Marías. En los amores tóxicos, ese argumento se rebaja a histeria, a agravio, a pérdida, a miserable lamento. Es clásica la figura de los amores tóxicos que se juran dejar una y mil veces y una mil veces se retoman con promesas desesperadas y escenarios dignos de lástima. El amor tóxico se alimenta de su propia destrucción y se enciende con el fuego de una lámpara de neón que cualquier interruptor apaga, pero que mientras está encendida no va iluminando sino oscureciendo todo nuestro ser hasta difuminarnos en la nada.
Amenazados por el fantasma de la muerte; desorientados por el claroscuro permanente que es la vida; acosados por la fatuidad y la intrascendencia de las cosas; abrumados por nuestras propias herencias y temores, queremos trascenderlo todo y mirar una luz. En ese afán, muchos hombres y mujeres se dejan seducir por las luces de artificio, por un brillo extraño que ciega e intoxica, por una aureola de sombras y de vértigo.
Los amores tóxicos son el rescoldo de los sueños, las cenizas del amor, el pantano en el cual mientras más nos desesperamos por salir más nos hundimos. Porque hay una salida: dejar las toxinas del aciago amor y tomar las proteínas del auténtico, del que surge robusto sobre las semillas de dos que se encontraron no para ser uno sino para seguir siendo dos. De dos que siguen las sabias enseñanzas de Almustafá, el profeta de Orfalece: “Dejad que haya espacios en vuestra cercanía/Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura/ Que sea más bien un mar movible entre las orillas de vuestras almas/ Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo/Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente/ Las cuerdas del laúd están solas aunque tiemblen con la misma música/Y estad juntos, pero no demasiado juntos/Porque los pilares del templo están aparte/Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la del roble.”