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Ana de Rusia

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Fecha Publicación: 19/11/2024 - 22:30
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Su rostro parecía pintado por Modigliani: moreno, alargado, enjuto, solemnemente triste. En pocas personas como en ella se hizo realidad esa hermosa sentencia de Trotsky: nuestra época fue bárbara pero poética. Anna Andréievna Górenko, conocida como Ana Ajmatova, fue una poetisa rusa que vivió, escribió y padeció bajo el poder de Stalin. Su primer esposo y padre de su único hijo, el poeta Nikolái Gumiliov, fue fusilado por los bolcheviques. Su último esposo, el historiador del arte Nikolái Punin, murió de inanición en un campo de concentración. Su hijo, Lev, estuvo año y medio en la cárcel de Leningrado, ante cuyos muros rojos estuvo ella, día tras día, diecisiete meses esperando para verlo un momento. Por él quemó sus poemas, para que no lo fusilaran. Salvado por su madre del pelotón, Lev estuvo en la cárcel por diez años más
“Aprendí cómo puede deshojarse un rostro”–escribe en su memorable Requiem– “cómo entre los párpados asoma el espanto, / y el sufrimiento va grabando las mejillas, / como tablillas de escritura cuneiforme. / Cómo bucles que fueron castaños o negros/ se tornan plateados al paso de una noche, / y se marchita la risa en los labios sumisos/ y en la seca sonrisa vemos temblar el miedo…”
¿Hay acaso un testimonio más vívido que el de estos versos?
Deshojarse un rostro, ver cómo entre los párpados asoma el espanto y cómo se va el dolor grabando en las mejillas como tablillas de escritura cuneiforme… son mucho más que metáforas. En la fila de los familiares de la cárcel de Leningrado, Ana vio el dolor como sólo se ve en ciertas horas supremas de la vida y le prometió a una mujer que estaba detrás suyo que contaría esa historia. Y rezó: “No sólo por mí elevo esta plegaria, / sino por todos aquellos que a mi lado/ soportaron el frío atroz y el bochorno de julio, / a los pies de aquella pared roja y ciega.”
Un funcionario comunista cuyo nombre no importa dijo que ella era “una representante del pantano literario reaccionario apolítico” También lo habían sido Maiakovsky y Essenin y lo sería Solzhenitsyn y tantos escritores más que en los tiempos de la gran purga y la estabilidad de hierro y fuego que le siguió después, se rebelaron contra la barbarie del realismo socialista.
El nombre de Komarovo, la localidad de San Petersburgo –antes Leningrado– en donde están enterrados los restos de Ana Ajmatova, significa “Colina de las Campanas” por unas campanas ubicadas en los alrededores del ferrocarril. Por cierto, no sonaron, ni tañeron, ni doblaron por su muerte, acaecida el 5 de marzo de 1966, en un sanatorio de las afueras de Moscú. Pero la espera ante los muros rojos de la cárcel de Leningrado y ante los otros, grises o verdes, de su larga vigilia vital, terminó y acaso para siempre.

Jorge.alania@gmail.com

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