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APRA

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Fecha Publicación: 04/05/2024 - 22:50
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Vivir para verlo o –como reza el título de los relatos autobiográficos de Gabriel García Márquez– vivir para contarla, son expresiones que catalizan hoy los sentimientos de quienes, como el que escribe, alcanza con júbilo las celebraciones del centenario de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), movimiento continental gestado en México el 7 de mayo de 1924 por uno de los peruanos más ilustres del siglo XX, Víctor Raúl Haya de la Torre.

La vasta dimensión del aprismo labrada con energía y tenacidad por su fundador, constituye un fenómeno social, cultural y político al que nadie puede ser ajeno. Solo mencionar que varios partidos de izquierda democrática en América Latina tienen programadas distintas actividades de homenaje este 7 de mayo (empezando por el PRI de México, cuna del ideal integrador de Víctor Raúl) habla no solo de su fortaleza sino de la terca proyección que le otorgan ciudadanos de las nuevas generaciones.

Y los que alcanzamos a conocer y tratar a Haya de la Torre en los peldaños de la ancianidad, gozando de su afecto, apreciando su solidez moral e intelectual, inventando nuestro destino a la luz de su palabra y ejemplo, valoramos el don de vivir para verlo inmaterialmente predicando todavía la justicia social y para contar lo que atribuimos como eje de su vigencia.

Luego de recorrer durante más de 40 años la oceánica literatura aprista (ideológica, panegírica, analítica, testimonial, adversa, destructiva, inverosímil y hasta la difamadora), tengo a buen recaudo el estudio de la socióloga Imelda Vega-Centeno plasmado en el libro: “Aprismo popular: cultura, religión y política” donde la autora repasa los vectores que unen estas tres áreas en el caso de la obra hayadelatorreana. Vectores que se yerguen dentro de un sistema de creencias o utopías en pugna siempre con la esfera de la racionalidad, la cual–aun en este siglo XXI post moderno y tecnológico–no logra derrotarlo.

Tiene fundamento asegurar que, más allá de una opción política, la dinámica del APRA es la de un credo religioso incrustado en el alma de miles de peruanos y no menos latinoamericanos que conocen sus vicisitudes, las buenas y las malas, y pese a ello no lo abandonan. En cada una de sus proclamas e himnos aurorales hay rastros concretos de ello: “nueva doctrina insurge ya”, “ideal realidad liberante que ha fundido en crisol la verdad (revelación)”, “peruanos abrazad la nueva religión”, así como –a semejanza de los primeros cristianos– cobran valor imperecedero en la historia aprista las persecuciones, martirologio, catacumbas, símbolos o códigos identitarios y una gran fraternidad (lamentablemente hoy venida a menos en la versión nativa).

Capítulo aparte y más amplio, merece la referencia a las dos expresiones gubernamentales apristas del Perú, encarnadas por un discípulo directo y apreciado de Haya de la Torre, Alan García. Pero ello no disminuye un ápice el ingrediente de una fe que, por el contrario, ahora se consolida al demostrarse la perversidad del acoso a García hasta llevarlo al fin de sus días. La respuesta vital, alegre y entusiasta será repetir –porque así está demostrado– que el APRA nunca muere.

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