Aquí no importa la educación
Aquí no importa la educación. El Foro APEC llega al Perú, y con él, una serie de ajustes que buscan “dar una mejor imagen” al mundo. Sin embargo, entre todas las decisiones tomadas para facilitar el evento, una destaca por su insensatez: suspender las clases presenciales, haciendo que los niños se queden en casa llevando clases virtuales. Este movimiento, impulsado por un afán de dar una imagen de lo que no somos, expone nuestras prioridades como sociedad y revela una verdad incómoda: estamos dispuestos a subordinar el derecho fundamental a la educación a los intereses de unos pocos.
La respuesta del ministro de Educación, Morgan Quero, ha sido desalentadora al afirmar que esta medida no representa una pérdida educativa, sino que nos permite “crecer juntos” como país. Según él, los peruanos estamos “unidos por el desarrollo de nuestra patria” al aceptar esta decisión. Pero, detrás de estas palabras, la realidad es otra: en un país con una brecha tecnológica abrumadora, millones de niños ven truncado su derecho a una educación estable y accesible.
Pero, además, ¿a quién le sirve realmente esta unidad? No a las familias que dependen de la presencialidad para que sus hijos puedan aprender, no a los hogares que no tienen las herramientas tecnológicas para adaptarse una vez más a un sistema virtual precario. No a las personas más vulnerables.
Con anterioridad, el ministro de Transportes, Raúl Pérez Reyes, ha sido igual de claro al desnudar las verdaderas prioridades del gobierno: “Los ojos del mundo” estarán sobre nosotros durante el APEC y, por ello, no deberíamos hacer “reclamos” en estos días. Al parecer, la educación de nuestros niños debe ser sacrificada para evitar inconvenientes.
La pandemia y los paros nos enseñaron lo difícil que es para miles de estudiantes adaptarse a la virtualidad, y en ese contexto, se hizo por razones de emergencia y seguridad. Pero ahora, ¿cuál es el pretexto? La diplomacia no debería ir en detrimento de la educación, y mucho menos ser la excusa para perpetuar una situación de desigualdad que afecta a los más vulnerables.
Priorizar eventos de escala global mientras desatendemos las carencias de nuestra educación refleja un vacío en nuestros valores como país. La educación no debería ser un recurso para ajustar y moldear según convenga a la agenda del día. Nos enorgullecemos de una imagen moderna y abierta al mundo, pero dentro de nuestras fronteras, una decisión como esta envía un mensaje claro: lo que debería ser un derecho sagrado puede ser fácilmente sacrificado.
El verdadero orgullo nacional debería nacer de poner a los niños primero, de garantizarles una educación estable y accesible que no esté sujeta a las necesidades de una agenda política de una presidenta que no llega a los dos dígitos de aprobación. Un país que honra a sus niños, que prioriza su derecho a aprender, es un país que realmente merece reconocimiento en el escenario global.
Los visitantes extranjeros que llegan al APEC son personas informadas, y lo que está sucediendo estos días les da una importante información: en estas tierras, la educación no es una prioridad.
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