Asalto al Congreso
Es creciente la sensación de entrampamiento del circuito político peruano debido al elevado nivel de encono social que vive nuestra patria. Factor intangible que frustra escenarios de diálogo y entendimiento básico para extraernos de una crisis institucional con características monumentales y que se consolida en la indiferencia o adaptabilidad nativa a las circunstancias públicas, aunque se almacene repudio por los elencos directrices de la nación.
Para muchos es difícil identificar en qué momento de la historia reciente se marcó esa frontera de irreversibilidad en la búsqueda de consensos que hagan viable una propuesta de país. Para mí el factor detonante fue la emergencia de voceros políticos y mediáticos adictos al maniqueísmo (dividir a personas e ideas entre ángeles y demonios) quienes, con paciencia digna de mejores causas, horadaron la piedra de la actitud abierta y tolerante de la ciudadanía con mensajes bélicos de envilecimiento y afán de sepultar al adversario.
Eso empezó a gestarse en el gobierno del hoy comprobadamente corrupto presidente Alejandro Toledo cuando una horda de caviares inició un proceso de penetración de las esferas burocráticas e impuso la agenda de ciertas ONG –la fuente original de sus millonarios ingresos– como plataforma estatal. Hicieron una pausa en la administración de Alan García para volver con fuerza creciente en las de Ollanta Humala-Nadine Heredia, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Francisco Sagasti. El régimen gansteril de Pedro Castillo otorgó inicialmente a esas hordas áreas de influencia, pero luego fueron defenestrados por la maquinaria de Perú Libre, el Movadef y el Fenate. Creen los caviares que eso le da crédito de impunidad y tienen la sinvergüencería de rasgarse las vestiduras contra el golpista y ladrón.
Un referente antiguo de esa odiosidad generalizada lo encontramos en el libro: “1932, ASALTO AL CONGRESO” de Luis Gonzales Posada, el cual tuve el privilegio de prologar y presentarlo junto a su autor en el hemiciclo Raúl Porras Barrenechea el 14 de noviembre pasado. Se trata de una obra amplia y documentada cuyo núcleo es el triunfo electoral del comandante Luis M. Sánchez Cerro sobre el joven líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre en los cuestionados comicios de 1931, para luego fraguar la írrita e inconstitucional Ley de Emergencia (aprobada por el oficialismo sanchezcerrista en el Parlamento) inaugurando así un horroroso capítulo de sangre y abuso.
Mediante esa ley, narra Gonzales Posada, se creó el ambiente nefasto de hacer intervenir a la fuerza pública el recinto del poder Legislativo y apresar a los representantes de la oposición. Ello ocurrió el 15 de febrero de 1932. Este libro tiene el epílogo tácito e incontrastable de lo que el rencor o malquerencia pueden hacer a una sociedad imaginada en los cauces de la civilización.
Aunque la veamos lejana en el tiempo no es una página volteada. Por el contrario, está más vigente que nunca. Reitero junto a Lord Byron que el odio –ayer, hoy, siempre– es apenas la demencia del corazón.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.