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Autoritarismo y totalitarismo en el 2021

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Fecha Publicación: 24/05/2021 - 20:50
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La teoría política diferencia con nitidez el autoritarismo del totalitarismo. El primero anhela concentrar poder político sin esforzarse demasiado por influir en lo social, económico o cultural; su figura típica suele ser la dictadura militar, la que normalmente aprovecha el espacio generado por una grave crisis política que deslegitima por igual a los partidos de mayoría y a los de minoría; por ejemplo, el general Benavides en 1914 y en 1933.
La intensidad del autoritarismo depende de la profundidad de la crisis que lo generó y de la dificultad en implementar los mecanismos que permitan a la sociedad volver al idealizado momento previo a la crisis. De esa manera se explica la diferencia entre el autoritarismo militar que destituye en 1962 al presidente argentino Frondizi, con el que pone fin al gobierno de Isabel Perón en 1976. El autoritario suprime temporalmente el régimen político democrático, pues su gobierno durará tan solo el tiempo que logre mantener cierta legitimidad, no pretende el cambio definitivo de la ideología ni alterar severamente el funcionamiento de la economía.
Por el contrario, el totalitarismo está inspirado en una ideología que justifica la concentración permanente de todo el poder, para eso, impone modelos exclusivos y excluyentes en todas las actividades humanas, desde la espiritual hasta la económica. Como el objetivo es mucho más ambicioso y suele generar mayor resistencia en la sociedad, debe recurrir a una mayor represión, pues implica sustituir paradigmas muy arraigados en amplios sectores sociales y culturales. Eso explica por qué su implementación suele ocasionar auténticos genocidios y catástrofes humanitarias, como la producida con Lenin entre 1917 y 1922, con casi medio millón de cosacos asesinados y más de cinco millones de rusos, ucranianos y tártaros fallecidos por la hambruna. De esta manera, resulta clara la diferencia entre un golpe de Estado, autoritarismo puro, con una revolución ideológica propia del totalitarismo.
No se entiende, entonces, que se equipare la candidatura de Keiko Fujimori con la de Pedro Castillo. En la década de los 90 el padre de la candidata encontró las condiciones necesarias para construir un gobierno autoritario, gracias a la hiperinflación causada por la excesiva intervención del Estado en la economía y el creciente terrorismo comunista. Ese escenario no es el de hoy, por lo que sería imposible concentrar poder político en esa magnitud, al depender ello de la realidad y no de la voluntad. La peor versión de un gobierno de Keiko Fujimori sería aún preferible, a un triunfo del candidato comunista, representante del totalitarismo chavista.

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