Aztecas, incas y españoles
Las sesgadas declaraciones de los mandatarios de México y Perú, Manuel López Obrador y Pedro Castillo, sobre la conquista y el virreinato, han provocado diversos cuestionamientos por sus idílicas visiones de los imperios azteca e inca, y por barbarizar la presencia española en nuestro territorio.
Sobre los aztecas no existe duda que cometieron abominables actos de crueldad que no pueden ser soslayados por el presidente mexicano. Entre otros episodios, los historiadores sostienen que para festejar la construcción del gran templo de Tenochtitlán, la élite gobernante permitió el asesinato de 20 a 24 mil personas, cifra que el académico norteamericano William Prescott eleva a 70 mil. A los prisioneros y nativos humildes, incluyendo mujeres y niños, los conducían al altar para abrirles el pecho con un cuchillo, arrancarles el corazón y lanzar los cuerpos por los escalones. Luego, los cadáveres eran trozados y comidos por la población, reservándose la nobleza los muslos de los asesinados.
José de Vasconcelos, en su célebre libro Historia de México, relata que era práctica común los sacrificios, para ofrecerlos a sus dioses, y el canibalismo. En sus memorias, el cronista Bernal Díaz del Castillo relata que conforme se internaban en los pueblos descubrían huellas de esas matanzas y que a veces no encontraban brazos y piernas porque “se los habían llevado para comer”.
Estas pavorosas versiones también fueron registradas por otros cronistas. Francisco López de Gómara, en su obra Historia de las conquistas de Hernando Cortés, narra que en las escalinatas de la pirámide, entre piedra y piedra, habían “calaveras con los dientes hacia fuera”, que el templo se completaba con torres hechas de cabezas y que las columnas de la edificación se construyeron de cal y restos humanos.
Y dentro de este contexto, a contrario sensu, tampoco existen dudas sobre deplorables actos de violencia cometidos por soldados españoles. En el pueblo de Cholula, las tropas de Cortez mataron cinco mil personas y en el Templo Mayor cientos de indígenas resultaron masacrados por órdenes del capitán Pedro de Alvarado, cuando realizaban una pacífica ceremonia en homenaje a sus ídolos.
Sobre el imperio incaico, la historiadora María Rostworowski sostuvo que el Tahuantinsuyo fue “ un imperio militarista, elitista y semiesclavista. La ponderada abundancia y justicia sólo existía para la casta real; el resto, el pueblo llano y las etnias conquistadas, vivían en pésimas condiciones. Por eso los cañarís, los chachapoyas, los huaylas, las huancas odiaban a los incas”; odio que explica cómo 175 españoles conquistaron un territorio de 10 millones de personas, una hazaña militar que lograron gracias al apoyo de miles de indígenas enemigos del imperio.
Rafael Dumett, autor de la exitosa novela El espía del inca, desmitifica versiones carentes de soporte académico, como aquella que hace referencia a la bandera del Tahuantinsuyo de siete colores, que según el autor fue inventada en 1973 por un locutor de radio del Cusco; que Manco Cápac y Mama Ocllo emergieron del Lago Titicaca, versión que atribuye a una fabulación de Garcilaso de la Vega; y que los principios morales de ama quella, ama sua y ama llulla no existieron.
Desmitificar la historia, registrar los aspectos negativos y positivos de indígenas y españoles, fundidos en una misma raza que forman parte del Perú, debería ser parte del trabajo por el bicentenario. Y, al hacerlo, debemos destacar los notables logros del imperio en agricultura, orfebrería, cerámica, tejidos y medicina, como también reconocer la labor evangelizadora y civilizadora de los españoles. A 500 años de la Conquista y 200 de la Independencia, las versiones parcializadas o sectarias, de uno u otro lado, no contribuyen a afirmar la indispensable unidad nacional.
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