¡Basta de quimeras!
El filósofo y politólogo Aristóteles la tenía clara, llama al “Demagogo” como lo que es, el “adulador del pueblo”, aquel que valiéndose de las emociones o necesidades de los ciudadanos, hace uso de anuncios encandiladores sin las espaldas financieras o legales, de promesas irrealizables por lo menos a corto o mediano plazo o discursos que exacerban las desigualdades sociales existentes y todo ello con el único objetivo de granjearse la simpatía popular y la retención del poder, el que siente que está perdiendo por su pésimo manejo de la cosa pública o, en su caso, ausencia de sentido común y voluntad política para gobernar.
Por lo general lo efectista del discurso del “demagogo” es que hace gala de “retórica”, del uso de palabras adornadas, elegantes, seductoras, que encandilan los oídos de los oyentes, si éste es oral.
Es una persona “elocuente”, fluida para hablar, acompañada de gestos y posturas que lo hacen más persuasivo. No obstante, en un país de enormes necesidades, la “retórica”, puede muy bien quedar de lado, lo que cuenta al fin y al cabo para el “adulador” es entretener al pueblo, ilusionarlo con aquello que no será, fantasear y, si fuera necesario, mentir o decir medias verdades, en suma “vender humo”.
¿Le parece familiar todo esto estimado lector (a)?, ¿hay acaso hoy por hoy autoridades en ejercicio demagogos o populistas? No sé usted, pero escuchar decir en plazas o eventos públicos que se pondrá una oficina en Palacio, para que “controlen al gobierno”, como una especie de ente fiscalizador, cuando ya existen constitucionalmente los fueros con esas competencias y funciones; o el anuncio de la venta del avión presidencial, de propiedad no de quien lo ofrece sino de la F.A.P., y por el cual se recibiría apenas un “ripio” que en nada solucionará los graves problemas de la salud y la educación al que se destinarían. Y ni qué decir, aquello de crear una Escuela Nacional de Asuntos Sindicales a cargo del Ministerio de Trabajo, algo que hasta los principales sindicatos han rechazado. Y así podríamos seguir citando ejemplos y faltaría espacio en esta columna, como este de la construcción de un aeropuerto en su lugar de origen, sin base técnica aún sobre su eventual impacto económico y viabilidad; lo único que está logrando y a la velocidad de la luz es que el ciudadano de a pie tome estos anuncios con escepticismo y rabia contenida porque percibe que se están aprovechando de su buena fe y necesidad de ser integrado al desarrollo nacional y se deslegitime por completo la investidura del alto dignatario y, de paso, la institucionalidad. ¡Ya basta de “quimeras”!, la paciencia se agota (que además del fin de la pandemia, éste es mi deseo para nuestro país el año que asoma). ¡Bendecido 2022!
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