«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»
Queridos hermanos
Estamos en el cuarto Domingo del Tiempo Ordinario. El Profeta Sofonías en la primera Palabra dice: «Buscad al Señor los humildes de la tierra». Todos somos débiles, todos somos pobres. Dios, en su designio de amor, ha pensado que la Iglesia fuese un resto, un pueblo humilde y pobre, que su único refugio será el Señor. Fijaros hermanos en la sociedad que tenemos, podrida, corrompida por la mentira, por el engaño, la corrupción. El demonio, existe, hermanos, nos acusa y crea división.
Respondemos con el Salmo 145: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.» El pan que necesitamos, hermanos, es Dios. Si tenemos a Dios, tenemos todo. Dice San Pablo en la primera Carta a los Corintios: fijaos en vuestra asamblea, qué hermanos han sido llamados, no hay sabios según lo humano, ni poderosos, ni aristócratas, sino que Dios ha escogido a los necios, te ha escogido a ti y a mí, que somos necios, para humillar a los sabios, para humillar a la soberbia; aún más ha escogido a la gente más baja del mundo: los pecadores, los despreciables, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor, no podemos gloriarnos porque de lo único que podemos gloriarnos es de haber conocido a Jesucristo, de llevar la cruz de Jesucristo, que es aceptar nuestra vida.
Y por eso hoy la Iglesia en el Evangelio nos propone algo maravilloso que es la carta Magna del reino de los cielos: Las Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas están llenas de dichas, la dicha es la riqueza de los pobres. La dicha está en haber conocido a Dios, la recompensa del cielo es Dios mismo, donde debemos alegrarnos. Por eso surge un cántico de alegría y de fiesta. Dios es la fuente de la alegría, por eso las bienaventuranzas que el Señor predica en Galilea, volverá a predicarlas desde la catedra de la cruz. La Iglesia es el pueblo de las bienaventuranzas. Este resto que Dios se ha escogido, que se está escogiendo, tiene una misión y es mostrar las bienaventuranzas cumplidas. Las bienaventuranzas no son un esfuerzo, son un don gratuito. No es una ética, no es una moral, es una gracia. No es un código, es un encuentro con Jesucristo resucitado. Los que viven las Bienaventuranzas las convierten en un canto, un cántico a la alabanza de la elección de Dios. Por eso ánimo, hermanos, Dios nos está llamando a ser cristianos y a seguir humildemente al que nos ama y ha dado la vida por nosotros.
Que la bendición de Dios esté con todos ustedes.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao