Boric le viene ganando el liderazgo de la izquierda a Lula
A pesar de lo evidente del fraude electoral del 28 de julio en Venezuela, los presidentes de Brasil y Colombia, Lula da Silva y Gustavo Petro, han adoptado posturas ambiguas que han generado críticas tanto a nivel interno como internacional.
Lula, en particular, ha sido cauteloso en sus declaraciones. Aunque ha descrito al gobierno de Maduro como un “régimen desagradable y autoritario”, no se ha atrevido a llamarlo dictadura y ha insistido en la necesidad de revisar las actas electorales antes de emitir un juicio definitivo.
Esta estrategia, que puede parecer ambigua a simple vista, se alinea con la visión geopolítica de Lula, quien durante su gobierno anterior ya había demostrado su inclinación por expandir la influencia de Brasil en América Latina. La penetración de Odebrecht durante su mandato no fue solo un fenómeno económico, sino también una manifestación de la ambición geopolítica brasileña bajo Lula, que busca consolidarse como el mayor líder regional.
Brasil, como miembro de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), se posiciona como una potencia emergente que desafía la hegemonía estadounidense en la región.
En este contexto, Lula ha promovido el ingreso de Venezuela y Colombia a los BRICS, lo que explica su reticencia a adoptar una postura más crítica hacia Maduro a pesar de los evidentes crímenes que comete (por lo cual tampoco puede avalarlo en su totalidad). Lula entiende que una condena directa podría comprometer su agenda geopolítica y debilitar el proyecto de integración regional que Brasil lidera.
Por su parte, para Gustavo Petro, la relación que existe entre el gobierno venezolano y las facciones narcoterroristas dentro de Colombia limita su capacidad para tomar una postura de confrontación con Maduro.
Además, como Lula, Petro ve en los BRICS una oportunidad para fortalecer su liderazgo interno. Esto lo ha llevado a alinearse con la postura alcahueta de Lula, evitando una condena abierta a la dictadura chavista.
Estas posiciones, aunque predecibles, complican sus narrativas de gobiernos democráticos y les generan fricciones internas, principalmente debido a los efectos de la migración venezolana en sus países. Recordemos que Colombia alberga, por lo menos de manera oficial, a más de dos millones y medio de venezolanos y que Brasil es el cuarto país con mayor migración, teniendo más de medio millón registrados, por lo que, al parecer, vienen intentando convencer a Maduro de recular.
En contraste con Lula y Petro, Gabriel Boric, presidente de Chile, a pesar de su alineación ideológica con la izquierda, ha condenado abiertamente al gobierno de Maduro, calificándolo de dictadura.
Además, el Senado chileno, con veintiún votos a favor y ninguno en contra, aprobó un proyecto de resolución que insta a Boric a presentar una denuncia ante la Corte Penal Internacional contra Maduro por crímenes de lesa humanidad.
Todo esto, a pesar de que Lula viajó a Chile para intentar convencer a Boric, lo que guarda mucho simbolismo y resulta beneficioso para la imagen del chileno.
A diferencia de Lula, Boric no tiene interés en integrar a Chile en los BRICS, y está más enfocado en consolidar su legitimidad política a nivel nacional e internacional, lo que claramente no pasa por avalar crímenes contra los derechos humanos.
Además, puede ser una estrategia para diferenciarse de los líderes de la vieja guardia de la izquierda latinoamericana, que durante años han recurrido a eufemismos y ambigüedades para justificar su apoyo a regímenes autoritarios y criminales.
En este contexto, la postura de Boric no solo desafía a Maduro, sino que también marca una ruptura con la forma tradicional en que la izquierda ha manejado las relaciones internacionales en América Latina.
La posición que Boric viene tomando puede tener implicaciones significativas para la política regional en los próximos años, ya que podría estar posicionándose como el referente de una nueva izquierda latinoamericana.
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