Buenos y malos
Una de las teorías que más perplejos nos dejan sobre el comportamiento humano es la injusta, sutil e inconfesa distancia para aquellos que más interés nos prestan. En contrapartida, a tenor de testimonios, el hombre o la mujer suman bonos a quien más los resiste. Se desprecia lo fácil y seguro, se valora lo que nos desafía. “Cuidar todo el tiempo”, dicen, reduce el valor del “cuidador”. Demasiada atención resta, por lo que los ideales románticos, el gesto y el obsequio reiterado serían contraproducentes.
Quizás lo que más seguro sentimos, menos valor tiene con relación a aquello que podemos perder o no lograr. La psique es extraña y no siempre justa por lo que la aspereza podría convertirse en una ventaja para el mundo de los afectos. La excesiva simpatía del otro, dicen, puede derivar en el menosprecio. El hombre, la mujer, se aferra a lo que linda con la escasez o la pérdida, ama lo que representa el abandono sufrido, persiste, persigue lo que tiene el aura de lo imposible, se aburre de sus propias zonas de confort.
“Eres demasiado bueno” puede ser, como tal, una frase peyorativa pese a su significación, pues aquel que la recibe encarna la seguridad y la seguridad priva del riesgo, por lo que los villanos suelen tornarse en más interesantes no solo dentro del universo de la ficción sino en el de la realidad. Así, los valores se invierten y el mérito se desenfoca. Quien es más atento, más generoso y siempre “está allí”, puede perder las ventajas que el “indiferente” suma por añadirle elementos nuevos, resistencia e incertidumbre a nuestras vidas. Durante los últimos años, el Cine y la televisión nos han presentado personajes perversos u oportunistas que generaban mayor simpatía que sus justos perseguidores desde el camino de la ley y la bondad. “Eres demasiado bueno”, puede también interpretarse, dado así, como “eres muy tonto para este mundo” o “tu sensatez vale menos que tu locura”. Es el mundo de los valores invertidos, del que nos persuade la nueva ficción, esa en la que los “buenos” se victimizan demasiado y finalmente pierden, y en la que los “malos” ganan la partida por oportunidad, frialdad, ardid o violencia.
Algunos se preguntarán entonces: ¿Para qué ser honestos, galantes o generosos? Fácil, porque el honesto, el galante o el generoso no siguen recompensa, solo perciben el supremo goce de no haber perdido su autenticidad.