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Bullying: El dolor invisible que la escuela no quiere ver

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Fecha Publicación: 02/08/2025 - 22:21
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Durante mi gestión como alcalde de San Miguel (2003-2014), decidimos enfrentar el bullying con acciones concretas. Nuestro programa “Alto al Bullying” fue pionero entre las municipalidades. Gracias al compromiso conjunto con los padres de familia, logramos un hito en 2013: la primera sentencia judicial en el Perú a favor de una escolar víctima de bullying en un colegio privado del distrito. El Poder Judicial ordenó al colegio y al agresor pagar una indemnización por el daño moral y psicológico causado. Fue un precedente que demostró que las autoridades locales pueden hacer mucho frente a esta forma de violencia silenciosa pero devastadora.
La problemática es profunda porque, detrás de cada niño o adolescente que sufre bullying, hay una familia que también se rompe en silencio.
Cuando un hijo cambia de carácter, se retrae, rechaza ir al colegio o se encierra a llorar, los padres sabemos que algo anda mal. Lo que fue entusiasmo por aprender y convivir se convierte en una experiencia dolorosa y solitaria.
Más grave aún es cuando la respuesta del colegio es débil o equivocada. El sistema escolar, preocupado por mantener un supuesto “orden”, suele ignorar el fondo del problema: la violencia psicológica y física que sufren muchos alumnos a manos de sus propios compañeros.
Peor aún, el niño víctima, harto de las agresiones, responde con un grito o empujón y termina siendo sancionado como si fuera el agresor. Así, el victimario —que también es un niño— queda encubierto por un entorno que prefiere mirar hacia otro lado.
No se trata de justificar la violencia. Pero defenderse no es lo mismo que agredir. Esa distinción, esencial en cualquier análisis justo, es muchas veces ignorada por los colegios. Además, el Ministerio de Educación, mediante la Resolución Ministerial N.º 274-2020-MINEDU, ha establecido protocolos que deben activarse ante situaciones de violencia escolar. Sin embargo, muchas instituciones los desconocen o no los aplican.
A esto se suma otro factor complejo: el adolescente agredido suele negar que es víctima de bullying. Por miedo, vergüenza o desconocimiento, minimiza lo que vive. No obstante, sus síntomas —aislamiento, ansiedad, irritabilidad, bajo rendimiento— reflejan el daño.
Frente a esto, algunos colegios simplemente derivan al alumno a terapia psicológica, trasladando la carga del problema a la víctima y su familia. Muchos niños rechazan esa terapia porque saben que ellos no son el problema. La herida se agrava y crece la animadversión hacia la institución, sus autoridades y compañeros. Una herida que, en muchos casos, no se cierra nunca.
También es necesario señalar que muchos agresores no son plenamente conscientes del daño que causan. Y no se trata solo de sancionarlos, sino de educarlos. Para eso están los colegios. Especialmente los privados, donde no solo se paga por infraestructura o idiomas, sino también por calidad humana.
Abordar el bullying exige una verdadera vocación por educar, que, lamentablemente, parece ausente en muchos educadores. Es hora de mirar el dolor invisible que la escuela aún no quiere ver.

Por Salvador Heresi

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