Buscando al Guasón peruano
Veo la última versión de Joker en el cine (traducida al español como Guasón). Alabo la extraordinaria interpretación de Joaquin Phoenix. Y lamento reconocer en esa terrorífica descripción de Ciudad Gótica, una patología social similar a la nuestra.
Una patología de la indiferencia, del desinterés por el otro, de un individualismo extremo que atenta contra el sentido de comunidad, de una élite corrupta que no acepta su decadencia, y que expresa su soberbia con discriminación y violencia, una élite que no mira detrás suyo, que ignora la impotencia que genera su desprecio, que prefiere vivir en su burbuja, y que huye para no ver la realidad que viven los demás. Una élite que nunca se pone en los zapatos del otro, y que por tanta negación de la realidad termina siendo su propia víctima, pero en otras manos.
Pienso en la contienda electoral que se avecina. En las calles de Santiago tomadas por un millón de ciudadanos exigiendo servicios justos y oportunos. En las hordas violentas que se aprovechan del reclamo ciudadano, izando banderas de radicales extremos. Pienso en el temor que toma por asalto a los grupos de poder. En esa limitada visión que les impide darse cuenta de que el modelo de hoy colapsó, precisamente por no construir canales de inclusión.
Pienso en los debates de café que atormentan a nuestros ricos y caviares. ¿Qué pasaría si el Perú se contagia y sucede lo mismo que en Chile? No pasará. El 70% de la economía chilena es formal. Tiene razones poderosas para exigir derechos. Pagan por ellos. Nosotros no. El 75% de nuestra economía es ilegal (me resisto a llamarla informal). ¿Qué van a exigir esas mayorías si no pagan por servicios públicos de calidad? Los pocos que pagamos estamos hartos, pero no lo suficiente como para salir a tomar las calles.
Lo cierto es que entre los muchos que no pagan y son excluidos de los beneficios del sistema, se incuba una frustración que -poco a poco- se incrementa. Y por no saber cómo expresar ese dolor, esa rabia, esa pena y esa demencia, terminan creando monstruos que nos atormentan sin control. Monstruos que ya quisiéramos fueran como ese millón de ciudadanos chilenos tomando las calles de Santiago. NO. Se trata de verdaderos monstruos. Esos que tiñen de sangre pistas y veredas. Esos que atentan contra su propia especie. Esos que, a punto de demencia, cual Guasones en guerra, terminan por aniquilar la esperanza de la generación venidera.
Lo más trágico sería que nuestras élites repitan el error de hace tres décadas. Una exclusión sostenida puede provocar que los peruanos dejemos salir al fiero psicópata que se esconde tras nuestra vulnerabilidad extrema. Y podríamos revivir, si no vemos más allá de nuestras narices, a ese monstruo que conocemos como Sendero; nuestra versión peruana del Guasón, ese que -al parecer- los radicales de izquierda y derecha andan buscando con vehemencia en nuestras calles.