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Cáceres: la furia andina que resistió

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Fecha Publicación: 11/07/2025 - 21:30
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La semana que concluye conmemora algunos de los episodios más trascendentes y heroicos de nuestra historia republicana, ocurridos hace 143 años. Los días 9 y 10 de julio de 1882 marcaron fechas emblemáticas, al desarrollarse tres acciones militares de sobresaliente valor durante la Campaña de la Breña: Marcavalle, Concepción y Pucará.
En estos combates se expresó con nitidez el temple indomable del pueblo peruano frente a la ocupación chilena, en un contexto en que la derrota parecía definitiva y las estructuras del por entonces caótico Estado —con al menos dos gobiernos paralelos— se hallaban desarticuladas.
En el epicentro de estos hechos se erige la colosal figura del entonces coronel Andrés Avelino Cáceres, héroe de la Batalla de Tarapacá, quien supo trascender su papel estratégico para convertirse en símbolo viviente de la resistencia nacional. Nuestro legendario Mariscal estructuró una compleja red de combatientes —montoneros, campesinos, comuneros y antiguos soldados— que, con valentía y sacrificio, lograron infligir significativas pérdidas al invasor, más numeroso y mejor armado, y sostener una lucha tenaz en condiciones extremadamente adversas.
El 9 de julio, durante el Combate de Concepción, un destacamento chileno de 77 hombres fue aislado y rodeado por fuerzas peruanas al mando del coronel Juan Gastó. A pesar de su feroz resistencia, la guarnición del ejército enemigo pereció en su totalidad, como testimonio de una guerra de ocupación que no lograba quebrar la voluntad de la nación inca.
En Marcavalle y Pucará, entre los días 9 y 10, el ejército de Cáceres obtuvo también victorias tácticas que minaron la moral del adversario e interrumpieron su aparente superioridad logística.
Pero el valor de estas gestas no reside únicamente en el terreno militar, sino en el vínculo profundo entre Andrés Avelino y las comunidades andinas. El denominado por los chilenos “Brujo de los Andes” no fue un caudillo distante, sino un líder profundamente enraizado en el alma del Perú rural. Los campesinos lo reconocían como propio; lo llamaban “Taita Cáceres” no por protocolo, sino por afecto y gratitud. Con él compartían no solo la lucha, sino una visión del país fundado en el orgullo ancestral, la solidaridad y el amor por la tierra.
El Mariscal Cáceres no se rindió jamás. No firmó acuerdos indignos, no claudicó, no abandonó su suelo. Su lucha fue perenne, patriótica y moralmente ejemplar.
A más de un siglo de aquellos acontecimientos, su legado conserva una vigencia esencial. En un país que aún enfrenta profundas divergencias y fragilidad institucional, su actitud irreductible, su negativa al armisticio con concesiones incluso en los momentos más críticos, y su capacidad de movilizarse con los más humildes, representan valores que merecen ser rescatados y proyectados hacia el futuro.
Preocupa, sin embargo, que estas hazañas hayan desaparecido de la memoria colectiva. En lugar de exaltar el pundonor de quienes defendieron la patria con fiereza, se otorga protagonismo —en medios, discursos y espacios públicos— a figuras vacías, cuyos valores distan de lo que el Perú necesita cultivar.
Es tiempo de reivindicar, sin mezquindad ni tibieza, a los verdaderos héroes; de recuperar en escuelas, plazas y libros, los recuerdos de Marcavalle, Concepción y Pucará, y de rescatar del olvido aquellas páginas en las que el Perú se sostuvo sobre la dignidad de su gente.
Necesitamos reencontrarnos con la figura de Cáceres, el peruano que trasciende milenios, no como gesto nostálgico, sino como referente vivo de integridad, coraje y compromiso. Porque la grandeza de una nación no se mide solo por sus victorias, sino por el temple con que enfrenta la adversidad.

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