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Calma chicha
Eso sería apenas lo que tendríamos en el país, una suerte de tregua que podría romperse empezando el nuevo año si le damos crédito a los anuncios de autodenominados “Frentes de Defensa” y similares de fachada que propugnan con igual o diferente énfasis la destitución presidencial de doña Dina y la restitución del incapaz y corrupto vacado; el cierre del Congreso y la convocatoria a un referéndum para la inconstitucional y nefasta Asamblea Constituyente. En otras palabras, son los que promueven el váyanse todos y viva el caos.
La verdad, no subestimamos estos nefandos avisos ante la trágica semana sufrida, pero creemos que la mayoría de los actos y mensajes políticos posteriores del Gobierno de transición y del Parlamento apuntan a la progresiva normalización de la difícil coyuntura interna. El adelanto de las elecciones generales para el 2024 ya dio el primer paso y la ampliación de la Legislatura hasta fines de enero próximo con el objeto de efectuar las reformas constitucionales y electorales mínimas indispensables afirma ello. Es cierto que el Estado de Emergencia Nacional declarado con el fin de restablecer el orden público ha tenido un trágico y deplorable costo en vidas humanas que exige una profunda investigación y deslinde de responsabilidades en el Fuero común a través de la Fiscalía y el Poder Judicial, mas ello también ha servido para evidenciar que así como hay una legítima protesta y reclamo popular por atender, también existe dentro de esta conmoción social una violencia antidemocrática azuzada por fuerzas extremistas y subversivas de todo pelaje (léase, Movadef-Conare, Fenatep, Minería ilegal, narcoterrorismo, etc.) identificadas con el desgobierno castillejo que ha debido ser legalmente reprimida por las Fuerzas Armadas y Policiales.
Habría que ser ciego o ingenuo para suponer que la institucionalidad democrática ya se encuentra fuera de riesgo con este Régimen transicional. Nada que ver, máxime por la precaria confianza de que goza y que deberá superar a pulso si pretende sobrevivir. Empero, es ahora el socorrido mal menor para la República al que hay que darle el beneficio de la duda.
En el 2000, la sociedad política y civil de la mano supo encontrar el camino para la restauración democrática del Perú. Hoy, esa transición institucional es aún más compleja debido a la nociva polarización, el desprestigio o colapso de la partidocracia y la desconfianza ciudadana, pero es el desafío nacional que exige la hora y la historia. Que venga el 2023 y que pueda ser un año feliz, especialmente, para los peruanos que más lo necesitan. Roguemos al Señor. ¡AMÉN!