Caminante, no hay camino…
A fines de febrero de 1939, murió el poeta Antonio Machado “lejos de su hogar“ y fue enterrado en un pueblito de Francia, en donde “le cubrió el polvo de un país vecino”. Al comenzar la Guerra Civil Española (1936-1939) se encontraba en Madrid, desde donde se trasladó con su madre y otros familiares a Rocafort, en Valencia, y luego a Barcelona. En enero de 1939 partió al exilio, pero la muerte lo sorprendió, ese mismo año, en Colliure.
Encarnó sus poemas en él y en su rastro porque demostró que “no hay camino/ se hace camino al andar./ Al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar./ Caminante no hay camino/ sino estelas en la mar.” En la soledad de su peregrinaje, entendió, como los bendecidos, que “todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar/ pasar haciendo caminos/ caminos sobre la mar”.
“Nunca perseguí la gloria/ ni dejar en la memoria de los hombres mi canción…”. Pero ahí está y nosotros, como tantos y tantos, la recordamos para decir que, efectivamente, el camino son las huellas y nada más. “Golpe a golpe, verso a verso” es la bitácora del peregrino. En ella escribimos a diario nuestro viaje, tratando de juntar la voluntad con la esperanza.
La tierra es el camino y es el trazo que nuestro pie deja en la querida patria, en el pueblito, en la ciudad propia y ajena. “Imágenes de grises olivares/ bajo un tórrido sol que aturde y ciega,/ y azules y dispersas serranías/ con arreboles de una tarde inmensa;/más falta el hilo que el recuerdo anuda/ al corazón, el ancla en su ribera, / o estas memorias no son alma. / Tienen, en sus abigarradas vestimentas,/ señal de ser despojos del recuerdo,/ la carga bruta que el recuerdo lleva./ Un día tornarán, con luz del fondo ungidos,/ los cuerpos virginales a la orilla vieja.”
La patria es el verdor. “¡Jardines de mi infancia/de clara luz, que ya me enturbia el tiempo,/con las lluvias de abril... con el milagro/ brillad, jardines, de unos ojos nuevos!”. Es Sevilla y su procesión del Viernes Santo que conmueve más allá de las cruces y de la fe de los caminantes.
Es la saeta que se canta y que se llora: “¡Oh, la saeta, el cantar/ al Cristo de los gitanos,/siempre con sangre en las manos,/ siempre por desenclavar!/ ¡Cantar del pueblo andaluz,/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras para subir a la cruz!/ ¡Cantar de la tierra mía,/que echa flores, al Jesús de la agonía,/ y es la fe de mis mayores!/ ¡Oh, no eres tú mi cantar!/ No puedo cantar, ni quiero/ a ese Jesús del madero,/sino al que anduvo en el mar!”
Antonio Machado, el caminante, terminó su camino en un pueblito francés de marineros, mirando las estelas de sus huellas en ese desierto resplandeciente que es el mar.
Jorge.alania@gmail.com
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.