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Camus y la educación

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Fecha Publicación: 07/02/2025 - 21:50
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Albert Camus tiene un pequeño libro titulado Cartas a mi maestro. Un gran capítulo de este recoge la correspondencia que intercambió con Louis Germain (1884-1966). Este profesor vio en él condiciones dignas de seguir cultivando. Le consiguió una beca para seguir cursando estudios secundarios, pero tuvo que “enfrentarse” con la autoritaria abuela de Albert para que bendijera dicho proyecto. La última parte del texto nos trae el capítulo 6, “La escuela”, de su novela El primer hombre, que quedó trunca por su muerte en un accidente automovilístico.
Me gustaría comentar tres puntos cuya vigencia no cesa; al contrario, tengo para mí que, a pesar de la incursión de la tecnología, sigue siendo un reto o una meta para el docente.
Un maestro que quiere ejercer a conciencia su labor no desaprovecha ninguna ocasión para conocer a sus alumnos, sus niños, y estas se presentan sin cesar. Una respuesta, un gesto, una actitud son sumamente reveladores. Para captar la trascendencia de esos detalles, al margen de la intención educativa que permea todas las acciones y sus actos, es imprescindible que el docente tenga un muy buen dominio de la materia que imparte. Tanto la comunicación y la escucha como la observación requieren que no haya interferencia con los propios intereses o necesidades; los canales de entrada deben estar alertas y versátiles para percibir los miles de detalles con los que los niños y jóvenes dicen: aquí estoy, yo soy.
Con el profesor, esa clase siempre resultaba interesante por la sencilla razón de que amaba con pasión su profesión. Amar con pasión el quehacer educativo, en donde se palpa con intensidad la singularidad y libertad de los estudiantes, vendría a ser el más alto índice de productividad que habría que estimular en un docente. El exquisito contacto con lo sorprendente y variado implica, de parte del docente, lograr en sus estudiantes un tal porte y talante que permita que todos puedan beneficiarse con sus enseñanzas.
Por eso, Camus apostillaba que el método del Sr. Bernard consistía en no ceder ni un ápice en cuestión de conducta y, por el contrario, hacer vivaces y divertidas sus enseñanzas, triunfaba incluso sobre las moscas. Recuperar la autoridad es un clamor de la escuela, sin duda. Tarea pendiente de la sociedad, de los padres de familia, de las escuelas y de los mismos docentes.
El profesor alimentaba en sus alumnos un hambre más esencial todavía en el niño que en el hombre y que es el hambre del descubrimiento. En su clase, sentían por primera vez que existían y que eran el objeto de la más alta consideración: se les juzgaba dignos de descubrir el mundo.
En la actualidad, ¿este principio se cumple? ¿No será que, so pretexto de lograr altos estándares, obtener resultados cuantitativos, y estar a la moda con la nueva tecnología en el mercado, se les enseña sí, pero a la manera en que se ceba a cualquier animal? ¿Qué alimenta más, la comida preparada o el descubrimiento de que pueden asombrarse ante lo que les rodea?

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