Canto de amor
“En un jardín te he soñado, / alto, Guiomar sobre el río, / jardín de un tiempo cerrado/ con verjas de hierro frío”, escribió Antonio Machado a Pilar de Valderrama, conocida como Guiomar, poeta de treinta y seis años que enamora y se enamora del vate de cincuenta y dos, viudo de Leonor Izquierdo, a la que llevaba veinte años.
Sorpréndase o espántese, Leonor tenía solo catorce años cuando el escritor de treinta y cuatro se casó con ella. Murió tres años después, dejándolo devastado en el prolongado camino que aún le quedaba antes de conocer a Guiomar. Ella escribió libros trajinados o elogiados: Las piedras de Horeb, Huerto Cerrado, Esencias… Llegó a la vida de Machado cuando su esposo, luminotécnico del teatro, le confesó entre lágrimas que su amante se había suicidado. Pilar, despechada, viajó a Segovia, donde conoció a Machado, profesor de francés.
Por intercesiones varias, Guiomar logró (en un siguiente viaje) cenar con su admirado Machado, él se enamoró enseguida y mantuvo una relación extraña y secreta. Se veían periódicamente y cuando no podían, inventaban encuentros imaginarios, una simbología de un amor que ella y él, sostuvieron clandestinamente durante varios años. En “Sí, soy Guiomar” (1981), la mujer de los versos hallados en la chaqueta del escritor al morir, contaría la historia. El lugar de los encuentros era llamado “nuestro rincón”, un apartado romántico en un pequeño Café. El vínculo amoroso, casada ella, no rebasaría lo platónico.
Queda para la duda. En 1935 ella se alejó aunque las cartas se entrecruzaran y en 1936 rompió todo lazo con el poeta. La viudez tiene diversas maneras de darse significado, porque eso fue el viaje al exilio de Guiomar y su familia. La guerra lo desbarata todo, hasta los más arraigados sueños. Machado moriría en 1939 y Guiomar en 1979, nonagenaria y depositaria de los grandes secretos del vate y de cuarenta cartas de doscientas que le quedaron. No es que el mundo olvide a Leonor, a la que le dedicó sublimes versos.
Lo que hace eternas a las musas es la escritura y de Guiomar quedaron también versos y pérdidas, memorias e infortunio. “La guerra dio al amor el tajo fuerte./ Y es la total angustia de la muerte,/ con la sombra infecunda de la llama/ y la soñada miel de amor tardío,/ y la flor imposible de la rama/ que ha sentido del hacha el corte frío”.