Cartas marcadas
Cuarenta y tres años demoró en llegar la carta que escribió a su familia el soldado argentino Ricardo Ramírez, del batallón de Infantería de Marina Nº 5 en la última batalla en Monte Tumbledown, pocas horas antes de la rendición de Argentina en la guerra de Las Malvinas. Sus restos yacen en el Cementerio de Darwin, con su nombre y apellidos, en lugar de la denominación “soldado argentino solo conocido por Dios” con la que cien compatriotas suyos fueron enterrados primigeniamente.
Otra carta demoró trescientos años en llegar a su destino. Despachada en Eisenach, Turingia, a la ciudad de Ostheim von der Rhoen, en Baviera Sur el 26 de setiembre de 1718, llegó en 2018. No se conocieron más detalles de esta última, como sí de la que un soldado de 20 años escribió en un palmo de tierra que dejó de ser cuyo.
“Hace dos meses que no sé lo que es comer un pedazo de pan. Comemos a la mañana un jarro de mate cocido o caldo y, al mediodía, a veces, un plato de polenta o lentejas que ni mi perro comería, pero para el hambre no hay comida fea”, dice un párrafo de la carta glosada por Matías Rossi del diario Clarín de Buenos Aires. Ramírez, nacido el mismo día que su país, el 25 de mayo, peleaba con amor por él en uno de los confines del mundo. “Oyó las vanas arengas/ De los vanos generales/ Vio lo que nunca había visto/ La sangre en los arenales./ Oyó “vivas”, oyó “mueras”/ Oyó el clamor de la gente/ Él solo quería saber/ Si era o si no era valiente”.
Como los versos de esa milonga famosa, Borges, su compatriota, también escribió: “Todo poema con el tiempo es una elegía”. Las cartas que no llegan seguramente lo son. Después de todo, vivir es esperar y las cartas que no llegan constituyen de algún modo secreto una cifra de nuestras propias vidas.
Las cartas llegan siempre a destino cuando alguien se hace su destinatario, escribió Jacques-Alain Miller. El hombre o mujer que despachó en 1718 en Eisenach, Turingia, esa carta que no llegó, y el soldado conocido sólo por Dios que le escribió a su familia en plena guerra, estaban seguros de que sus misivas llegarían. El azar no lo quiso pero seguramente alguien sí. En el caso del soldado Ramírez, un pueblo entero –Quitilipi, en el Chaco argentino– se hizo su destinatario y también un país.
Alguien o Algo marcó esas cartas para que se quedaran durante un largo tiempo en un umbral que no conocemos pero que intuimos en algunos momentos inexplicables. El azar tiene también sus azares. Ya no se escriben cartas. Los textos ahora impregnan las pantallas de los equipos de cómputo y los teléfonos móviles. Yo, como tantos, que escribí cartas en el terso papel, muchas de ellas sin respuesta, sé que Aquel o Aquello que las marcó sabían lo que hacían.
Jorge.alania@gmail.com
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.