Casas (II)
«Para siempre en esta casa». Esta es la historia de hombre que va en busca de ciertas prendas de vestir y se dirige hacia el jardín de su vecina. La fórmula es la siguiente: trama simple, un personaje que está en el límite de algo (al igual que en los personajes de los cuentos anteriores) y una situación anormal que dispara la historia. Podríamos calificarlo como regular.
«La respiración cavernaria». Debido a su extensión, la etiqueta más apropiada es la de nouvelle (incluso se ha publicado como si fuese un libro independiente en 2017, acompañado de ilustraciones). Los elementos que reúne este relato, no obstante, son muy pobres. A saber: descripciones innecesarias, ese ambiente oscuro que ya resulta cansino y agotador, situaciones que no aportan nada a la historia de una anciana encerrada en su casa o que resaltan su drama hasta caer en lo redundante. A estas alturas podemos decir que Siete casas vacías es un enorme fracaso. Estoy aturdido.
«Cuarenta centímetros cuadrados». Otro relato insípido. Más elementos absurdos, datos escondidos que no generan la más mínima intriga, el anodino trajín de una mujer que se pierde en calles oscuras. Llegado a este punto, uno comienza a pensar si la calidad de los otros libros finalistas del Ribera del Duero no fue la suficiente y, en consecuencia, tuvieron que elegir a este libro como el menos malo.
«Un hombre sin suerte». Este es el mejor cuento de todo el conjunto (creo que es uno de los mejores cuentos de la literatura latinoamericana actual), y cabe añadir que no estuvo incluido en el manuscrito que Samanta Schweblin mandó al concurso. Un gran relato, sin duda. No hay más que señalar. Dicho sea de paso, aquí no hay casas.
«Salir». Pudo estar mejor. Este relato es solo una suma inconexa de situaciones absurdas que no aportan nada al desarrollo de la historia. El absurdo es la especialidad de Samanta Schweblin, la exploración del sinsentido. Solo que acá todo parece gratuito y más impostado que en algunos de los relatos previos.
Y es todo lo que hay, queridos amigos.
Schweblin se repite. Parece que estuviera escribiendo el mismo cuento con distintas (y mínimas) variantes una y otra vez, y cae en una insalvable redundancia. De alguna manera, ha descubierto una fórmula y lo que hace es servirse de ella sin mayores dilaciones.
Siete cuentos que le valieron a su autora cincuenta mil euros. Es todo lo que pude encontrar y es muy pobre.