Castillo caerá si no completa su transición
Pedro Castillo está pensando en un nuevo gabinete. Pero en las actuales condiciones no hay forma de reclutar un nuevo gabinete. Nadie que sepa aceptará, porque ese gabinete podría durar apenas horas. El Gobierno no tiene credibilidad.
La falta de credibilidad del Gobierno tiene su origen hoy en la omnipresencia fantasmal de La Habana y Caracas en el Gobierno. Mientras esta dependencia no sea cancelada, el Gobierno no tiene posibilidad alguna de un segundo aire.
Para que un nuevo gabinete sea viable hace falta un nuevo cimiento político que lo sostenga. Y este consiste en que Castillo complete la transición que inició el día en que rechazó públicamene la idea de la asamblea constituyente.
Fue su primer paso en la dirección correcta, pero luego falta los dos siguientes: romper la dependencia de Cuba y nombrar un gabinete serio. No de “ancha base” ni de “coalición” ni “técnico”. Esos son términos gastados que resultan sospechosos.
Castillo ha perdido tiempo en completar su giro y, desde entonces, se le ha cerrado cada día más el espacio de maniobra. Solo en el contexto de una transición completa es políticamente viable un nuevo gabinete para rediseñar su gobierno y reparar nueve meses de errores.
Convocar a elecciones presidenciales y parlamentarias de modo que “se vayan todos”, no es sino una variante del escenario anterior, no algo esencialmente distinto.
Igualmente solo es viable, sin embargo, si parte del rompimiento de la dependencia con el castrochavismo. En ese contexto, un gobierno de transición con un gabinete de quince meses, hasta el 28 de julio de 2023, permitiría a Castillo una salida digna: la oportunidad de entregar la banda presidencial luego de haber corregido sus propios planes iniciales. Así lo hicieron Fujimori, muy ágilmente al inicio de su gobierno; Alan García en su segundo periodo; Humala, en cambio, no es referente acá, su “hoja de ruta” anterior a las elecciones fue solo una astuta maniobra electoral. Aun así, en ninguno de esos actos políticos hubo traición ni vergüenza ni deshonra alguna. Fueron actos de madurez política.
En cualquiera de los dos escenarios, sin embargo, la única forma de evitar el desplome final y de permitirle a Castillo una salida ordenada en lugar de una fuga o una prisión en medio del caos, es el fin ahora mismo de la dependencia de La Habana y Caracas.
El Perú no es como la Cuba de Fidel, la Venezuela de Chávez o la Bolivia de Evo. Aquí hemos vivido todo esto hace treinta años, pagamos por ello un alto precio, pero salimos adelante con una Constitución que hizo posible reconstruir el Perú. Quizás lo vivido en estos nueve meses sea lo que ha hecho falta para entender que la fuente de toda energía económica es el mercado, no el Estado, y que este es el arnés que pone la energía del mercado al servicio del hombre y no a la inversa.
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