Castillo ofende a los peruanos
Transcurridas más de 52 horas desde que apareciera esa feliz noticia de la muerte del genocida guzmán, el gobierno comunista, prosenderista de Pedro Castillo guarda total silencio, en clara muestra de su desesperación por no saber cómo enfrentar un suceso que le afecta íntimamente. A él y al séquito de simpatizantes que le rodea, claramente unificado al terrorismo que, repetimos, lideró el matarife guzmán. Castillo cometió así un nuevo delito. Esta vez como responsable final -¿recuerdan aquel razonamiento del “dominio del hecho” que le imputaron a Fujimori para condenarlo a cadena perpetua?- por no haber ordenado el entierro o la cremación del cadáver del antropófago guzmán, como manda el código penal. Castillo pretendió lavarse las manos, endosándole dicho brulote a un Ministerio Público demasiado politizado, partidarizado e inepto, que miró de costado para evitar comprometerse. Ante ello el Ejecutivo estaba obligado de emitir un decreto supremo -como ocurrió con quienes fallecieron en las dos olas de Covid- ordenando incinerar las cenizas y luego tirarlas a las fosas comunes. Pero más pudo aquel prurito del “¿qué dirán mis amigos del movadef y conare-sute?”, y/o diversas agrupaciones prosenderistas a las que Castillo habría servido. Pero también influyó en él lo que habrían opinado sus compinches bellidos, boluartes, bermejos, etc. El hecho es que el sábado Castillo abandonaba Lima, mandándose cambiar a Cajamarca para refugiarse en casa de sus padres, “lejos del mundanal ruido”, entonando cancioncitas populares a modo de catarsis familiar, y evitando así declarar sobre un acontecimiento de capital importancia para la vida ciudadana, como es la desaparición del enemigo público número uno de los peruanos. Semejante irresponsabilidad transpira la calaña de gente que nos gobierna. Les importa un caracol lo que sienta y sufra el ciudadano. A Castillo y su tribu únicamente les interesa transformar las estructuras democráticas del Perú, para convertir nuestro país en una Cuba andina. ¿Se lo permitiremos?
Es posible que hoy se conozca el rumbo que tome el cadáver del carnicero guzmán. Sin embargo, Castillo ya delinquió por incumplir el plazo de 72 horas para enterrarlo, consumándole mucho daño emocional y moral al país. La sociedad lleva otra cicatriz a cuestas. Son las heridas causadas por un régimen que en mes y medio ha destripado el Perú, despreciándolo en plena crisis sanitaria y ante el colapso económico causante de una espiral de desempleo que ha empobrecido a prácticamente todos los estratos. Pero, aparte, estimulando una enorme ola criminal y generando una crisis educacional que podría atrasar por años la educación de millones de niños y jóvenes.
¡La llamada gestión Castillo es cualquier cosa menos un gobierno! Eso sí, actúa como una aplanadora que arrasa con todo vestigio de democracia, decencia y, sobre todo, de progreso. Pero principalmente, es una maquinaria sembradora de odio, generadora de resentimientos y complejos sociales, y de un desasosiego generalizado. Vale decir, Castillo representa al pensamiento mesiánico del comunismo sudaca más inmundo, decidido a destrozar nuestros fundamentos de paz, democracia y prosperidad para convertir al Perú en una hoguera marxista de pendencias, miseria y atraso.
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