Caudillo o democracia
La última encuesta de IPSOS nos ha entregado cifras pavorosas, como el último lugar de Perú en satisfacción con la democracia, apenas un 8%, coherente con el reducido 15% que aspira a una democracia plena; el primer lugar latinoamericano en la percepción de que se gobierna para grupos poderosos, con el 90%; y el 67% opinando que el modelo económico ha sido un fracaso. Son señales claras de que nuestro país está sufriendo una profunda crisis como comunidad política.
Debemos mencionar que, a diferencia de muchos otros países, no tenemos aprecio colectivo por ningún gobierno democrático de nuestro pasado histórico. A pesar de las cifras y cuadros estadísticos, la izquierda logró desacreditar el segundo gobierno de Alan García. El gobierno de Toledo, también grato a los economistas, quedó manchado por la corrupción. Si observamos con imparcialidad, el modelo de gran parte de la izquierda es la dictadura militar de Velasco y el de la derecha, el autoritario de Fujimori. La mayoría del electorado desea un liderazgo enérgico que transforme la situación actual por el único impulso de su voluntad y acción política, sin que ello signifique el previo acuerdo con las diferentes agrupaciones políticas, a fin de construir un consenso que sirva de soporte a un programa realista. En nuestra mente tenemos instalada la añoranza por un falso caudillo como Piérola entrando a Lima en un caballo blanco o de un Cáceres manejando la economía con las limitaciones propias de un héroe militar.
Aunque el socialismo internacional carece de un modelo económico alternativo que pueda exhibir con alguna evidencia de éxito, ha triunfado parcialmente al desacreditar el modelo económico constitucional que sí tiene cifras positivas de crecimiento y reducción de pobreza. Es fruto de la intensa labor marxista en las escuelas, universidades, y medios de comunicación del interior del país; y claro, responsabilidad de los dirigentes políticos de las últimas décadas, ensimismados en cruentas batallas internas o en la codicia por superar “su primer millón”. Invalorable también la colaboración de reformistas equivocados, que terminaron por destruir a los partidos organizados que formaban y filtraban a los aspirantes a políticos, teóricos irresponsables que eliminaron la disciplina partidaria y congresal, alentaron a los movimientos regionales para desarticular a los partidos nacionales, y suprimieron la reelección parlamentaria que es el lógico y natural incentivo para todo político honesto.
Necesitamos una reforma política integral, que restablezca la credibilidad ciudadana en la democracia representativa, la única democracia real. No podemos esperar a un nuevo Congreso, pues ir a elecciones generales con las mismas reglas nos podría condenar a seguir explorando la profundidad de nuestra caída como comunidad organizada.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.