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Cierro mis ojos

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Fecha Publicación: 14/08/2021 - 21:00
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He aludido muchas veces a una característica importante del peruano común. Ella es la convicción de que Dios, los astros, la providencia o cualquier sortilegio acomoda nuestro destino y, por lo tanto, solo debemos vigorizar nuestra fe para que alcancemos metas superiores.

La evangelización cristiana encontró terreno fértil en la nación dominada por los incas, pletórica de mitos, deidades y oráculos que demandaban como respuesta los sacrificios. La simbiosis no tuvo grandes trabas. Hoy las festividades religiosas del interior del Perú profundo expresan esa mezcla mágica y subyugante, hija del encuentro de dos mundos.

Imposible recusar la fe que mueve montañas, pero sí es necesario debatirla según el lugar que ocupa entre nuestras prioridades como sociedad. Creer promueve, fija metas e ilusiones, para luego dar paso a la estructura mediante la cual le damos cauce. No se le deja al libre albedrío. Todo fanatismo representa la vulgarización de nuestras utopías.

Sin embargo, me temo que la mayoría de compatriotas se congela en la sola creencia. Forzamos la fe ciega antes de racionalizar hechos y circunstancias. El fútbol lo demuestra, donde el atado de esperanzas que construimos –por ejemplo– ante la clasificación de nuestra selección al mundial Rusia 2018, evaporó la frontera entre los deseos y la realidad.

Y en la política ocurre lo mismo. Pese a que la elección del profesor Pedro Castillo como presidente de la República no fue una apuesta afirmativa por el proyecto que encarnaba, sino la expresión ligeramente mayoritaria de resistencia a Keiko Fujimori, hoy muchos reacomodan piezas para sostenerlo junto a una agenda perturbadora y peligrosa.

Me refiero a esos parlamentarios y parlamentarias no pertenecientes a la alianza Perú Libre-Juntos por el Perú que estiman ayudar a Castillo concediéndole un plazo dentro del cual, se supone, corregirá rumbos y enmendará los desaguisados que identifican las dos primeras semanas de su gestión. Invitan a creerle, confiar en su buena fe.

Pero ocurre que esos desaguisados (acercamiento al chavismo regional, desaliento a la economía de mercado y aplauso al intervencionismo estatal, amenazas a la libertad de prensa, abordaje desarticulador a la dirección contra el terrorismo de la policía cuando se investigan vínculos subversivos de varios jerarcas oficialistas, y un largo etcétera) no constituyen errores de principiante. Son las claves de un proyecto siniestro ya conocido en el ámbito latinoamericano que debe confrontado de arranque a riesgo de extraviar nuestra democracia y nuestro desarrollo económico.

“Cierro mis ojos para que tú no sientas ningún miedo”, entona el famoso cantante español Raphael hace casi 60 años. Le sigue el ritmo un sector vacilante y tibio de la oposición política nativa que pronto sucumbirá a la prebenda oficialista o por exceso de intrascendencia.