Cinco minutos con un votante promedio
Ya van desfilando los posibles candidatos a la presidencia y al Congreso en diferentes foros y medios de comunicación. Lo primero que me gustaría escuchar como elector es la incontrastable verdad de que el país es un caos. Que las instituciones que fueron creadas a raíz de los pensadores del siglo XVIII, como la separación de poderes, la democracia representativa y otras como la libertad de prensa, ya cumplieron su ciclo histórico y no funcionan ni aquí ni en el mundo, que está dando una vuelta de tuerca vertiginosa.
Es un mito, parido de una pereza mental, que el sistema político que adoptó Occidente desde la Revolución Francesa y antes con el “Siglo de las Luces”, iba o va a durar eternamente. Murió el feudalismo, el derecho divino de los reyes y, antes, la mayoría de instituciones del Imperio romano. ¿Por qué entonces este sistema, que ya tiene más de trescientos años, no tiene período de caducidad si hace agua por todas partes?
Lo segundo que me gustaría escuchar de algún candidato es que va a liquidar a los caudillos que se han apoderado de las regiones y, en general, del sistema de partidos, que son la causa y el lastre de que la política se haya convertido en un burdel con sede en el Congreso, ahora con dos cámaras que se repiten para darle empleo a los politicastros de pacotilla y su clientela, y cuyo único requisito es la edad.
Lo tercero que me gustaría escuchar es que, en este cambio de paradigma mundial, no todos tienen el derecho de votar, sobre todo si la generación más joven (Z), entre los 18 y 30 años, son unos ignorantes, incultos y con cero raciocinio ni sentido común. Esto significa el fin del principio de las mayorías. Además de los brutos de la gneración Z, están aquellos que tienen un IQ por debajo del promedio. ¿Cómo podemos dejar en manos de una mayoría descalificada cultural y mentalmente los destinos de un Estado? ¿Tiene lógica o sentido común? El que proponga el voto censitario (votan los que pagan impuesto a la renta) o el cese del voto puro y simple para el futuro, ése tendrá mi voto. A mí, por lo menos, no me interesa que sea el último.
Las grandes potencias del mundo, Estados Unidos, Rusia y China (más de dos mil millones de habitantes), van en esa dirección. Más bien, las potencias que siguen el anacrónico camino de un sistema moribundo como Francia, Alemania, España y Reino Unido, van cuesta abajo en la rodada, aferrados a dogmas caducos. Da pena ver la calidad de los líderes europeos de hoy con los de antaño. Lo mismo que aquí.
No se trata, pues, de proponer más empleo, inversiones y salir a gritar cada cual más fuerte por la inseguridad y sacar del sombrero más motos, patrulleros o policías. Todos van a decir lo mismo. Nada de eso va a funcionar si no hay un liderazgo fuerte y largo, donde las elecciones sobran.
En cuanto a la prensa, yo al menos no la voy a extrañar para nada. Si se puede hacer un globo con la “gran” investigación del café, las galletitas de naranja, el aceite de oliva que se compra para el despacho de un ministro con la caja chica del ministerio por una fruslería de dinero, no me interesa un bledo que desaparezcan todos los pasquines, dominicales y opinólogos.
En síntesis, quiero escuchar de algún candidato (que no son los cagones que me imagino) un debate de fondo, de ideas con las consecuencias prácticas que esto conlleva para un cambio de régimen. Siempre habrá alguien que cite a Winston Churchill con aquello de que la democracia es el menos malo de los sistemas. Pero Churchill también dijo que el mejor argumento contra la democracia es hablar cinco minutos con un votante promedio.
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