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Ciudadanos en una misma patria

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Fecha Publicación: 14/10/2021 - 21:30
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Por Edistio Cámere

El énfasis en las diferencias y en la diversidad como categorías sociales puede dar paso a aquello que el destacado sociólogo polaco Baumann ha denominado mixofobia: el impulso a buscar islas de similitud e igualdad.

El reiterado mensaje de las diferencias termina por generar incertidumbre existencial: estoy rodeado de ‘otros’ con quienes tropiezo o coincido en un determinado tiempo y lugar. Sin condición afín, los vínculos se tornan cuesta arriba o se contaminan con intenciones utilitarias.

Cuando el ‘otro’ es distinto, no se le percibe cercano; por tanto, se despiertan temores y resquemores que mueven a demarcar el propio territorio y -en son de dizque defensa- se levantan muros, trámites y pasos de desnivel.

El uso de categorías, o de cualquier adjetivo que clasifique, trae al primer plano lo accidental, lo epidérmico, lo circunstancial, dejando en la penumbra lo primordial, lo sustancial o esencial. Por sobre el lugar de nacimiento, la edad, la raza, el quehacer laboral, la filiación política, el credo; etc., nos topamos con una realidad axiomática: nuestra condición de personas; y, como tales, esencialmente no somos diferentes: cada quien es único e irrepetible, piensa, quiere, siente, elige, sueña, sufre y muere.

Es verdad que cada persona –con nombre y apellidos- tiene sus pensamientos, sus propios sentimientos, deseos e ilusiones; pero el que cada cual los tenga, y además que sean distintos, no anula que las facultades que los originan: inteligencia, voluntad, libertad, afectividad... sean las mismas en todas las personas.

Las rivalidades, las controversias, los litigios y hasta las agresiones no se incoan con el advenimiento del presente siglo. Su emergencia individual o colectiva data de los albores de la humanidad. La libertad es un don, pero tiene ese riesgo, que los marxistas y los gobiernos totalitarios recusan tomar: ellos prefieren conculcarla.

O, en su defecto, exacerbar en el perfil del ciudadano solo la parte relativa a sus derechos, soslayando abiertamente el cumplimiento de sus deberes. En este contexto, sin certeza en la satisfacción de los derechos, el descontento escala para que no llegue a mayores, el estado debe intervenir.

Las soluciones a actitudes contrapuestas se resuelven -aunque pueda sonar paradójico– convocando la libertad de las personas para focalizarse en las coincidencias, en lo sustancial que tiende a la unión, y no pertinazmente centrarse en las diferencias.

Como destacó Hans-Georg Gadamer en su célebre libro titulado Verdad y Método, “el entendimiento mutuo nace de la ‘fusión de horizontes’, los horizontes cognitivos, es decir, los que se trazan y expanden a medida que se expande y se acumula la experiencia vital.

La “fusión” que requiere el entendimiento mutuo sólo puede provenir de una experiencia compartida; y compartir experiencia es inconcebible si no se comparte el espacio.” Los horizontes cognitivos predican la búsqueda de ideas, ideales y valores que, al ser participados, alientan a que las personas los realicen aportando, entrelazando sus talentos, sus recursos y su tiempo en un mismo espacio, construyendo –mediante la cooperación– un hogar, una escuela, una empresa, un distrito y una nación.

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