Cojugringos
En una de las últimas columnas escritas para El Nuevo Herald, Andrés Oppenheimer cuestiona que el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Joe Biden haya decidido invitar a una “Cumbre para la Democracia” –organizada por su gobierno, la cual se llevará a cabo los días 9 y 10 de diciembre– a los presidentes de México, Argentina y otros países que, “aunque democráticos”, han tomado la determinación de ser “cómplices de las peores dictaduras del mundo”.
Oppenheimer se refiere a los mandatarios Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández quienes mantienen sólidas alianzas con las satrapías de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Según fuentes del periodista y escritor, Biden no tiene en su lista de convocados a dicha cumbre a los jefes de Estado de estos tres países, pero tampoco a los de Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Haití.
El repudio de Oppenheimer se dirige, como era de esperarse, a la postura adoptada por algunos presidentes en torno al escandaloso fraude en las últimas elecciones de Nicaragua que habilitan a Daniel Ortega mantenerse en el poder junto a su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo. Incluso, pone de ejemplo a nuestro país en su afán de ponerle un termómetro pro sistema de libertades a las naciones de la región. “Hasta Perú –escribe– cuyo presidente se postuló como candidato de un partido marxista, condenó inmediatamente el fraude electoral de Nicaragua. Sin embargo, no hubo tal condena de parte de México y Argentina.”
Me temo que atingencias de esta naturaleza llegan tarde a los escenarios fabricados implícitamente por Washington con su displicencia, ociosidad y alto nivel de torpeza para consolidar alianzas con actores importantes de América Latina en provecho de la democracia. Alianzas que fueron más claras cuando la diplomacia yanqui tenía en sus embajadas verdaderos halcones y no los mequetrefes sesgados, caviarones y parroquiales que las poblaron inaugurando el nuevo siglo, paradójicamente, cuando más necesitaban separar paja del trigo.
Rescato los tiempos de Bob Felder y John Hamilton (este último, antes que se convirtiera en embajador USA en nuestro país). Hubo otros pocos como ellos que abrían el abanico de opiniones sin dejarse arrastrar de las narices por los lobos disfrazados de corderos tras la caída del Muro de Berlín. Miraban además de cerca el orden establecido en las cancillerías latinoamericanas a raíz del surgimiento de la República Popular China como nuevo imperio económico y tecnológico.
Sin embargo, sus reemplazantes perdieron el tiempo en lecturas pigmeas y atrabiliarias de los temas domésticos regionales, relativizando el factor activista de la izquierda y su penetración ideologizada en áreas importantes como la educación. Wikileaks desnudó lo patético de algunos reportes al departamento de Estado.
En lo personal, no me parece útil llamar “cojudignos” al errático segmento de votantes que prefirió respaldar electoralmente a Pedro Castillo aferrados al paradigma del antifujimorismo. Pero que, a la luz del desconcierto de Oppenheimer, hay “cojugringos”, los hay. Y el prefijo se extiende hasta muchos europeos.
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