¿Cómo conoce una madre?
Por Edistio Cámere
Una de las características que distingue a una madre es su generosidad y su capacidad para amar, para hacerlo no tiene que salir de sí misma, más bien permanece en ella: lo que la particulariza exquisitamente, lo suyo, es amar acogiendo. Acoger, amparar, atender, hospedar, abrigar, escudar, proteger, asilar, cobijar son actos que añaden calidez, afecto y frescor a la vida. A su vez, esas acciones revelan que el hombre no es puro acometer o emprender con eficiencia y con eficacia para mostrar su valer; sino que también necesita ser amado en su condición de persona singular e irrepetible; y, que amado sea aceptado en su integridad. “En el acto de amor, pues, tenemos un asir o bien un tender a la valía personal que no es un valorar a causa de otro valor; no amamos a una persona porque hace el bien, su valía no consiste en que haga el bien (…) sino que ella misma es valiosa y la amamos “por ella misma” (Stein, E.).
Hoy en día discurren sin cortapisas corrientes de pensamiento proclives a parcelar a la persona como mero objeto de estudio, de producción o de consumo. El existencialismo lo reduce a la pura libertad; el positivismo, a las condiciones materialistas de su vida y de su actividad; el marxismo, a la suma de relaciones económicas y sociales; el freudismo, a un nudo de impulsos; y el estructuralismo, a ser un juguete en poder de sistemas impersonales y opresivos. Estas concepciones se aproximan al hombre bajo la forma de explicación. Explicar supone dividir, segmentar el sujeto sobre la base del particular y limitado aspecto que se percibe y piensa de aquel.
La comprensión es también una forma de conocer a una persona. Comprender es intuir lo sustancial, es asumir a un “alguien” en su realidad y, desde ahí, hacerse cargo de su condición de persona como sujeto irreductible a ser parcelado. Comprender es sinónimo de acoger. ¡Quién si no una madre es capaz de revelar al hijo su índole de persona, cuyo valor no reclama proezas o actos épicos, simplemente dejarse amar tal y como es! Ante la madre, el hombre deja de ser objeto de especulación para convertirse en sujeto de cuidados, de atenciones, de cariño y de su mirada. Los ojos son la ventana del alma, dice la sabiduría popular; la física replica diciendo que solo si la ventana está limpia; aún la filosofía insiste, “la luminosidad del alma desempaña el vaho del cristal” pero, solo el amor distingue el brillo de lo original en otra mirada.
¿Un hijo, no es verdad, que se sabe único ante su madre?
¡Cuánto puede aprender la sociedad del modo como conoce una madre! Igualmente, ¡cuán privilegiada y dilecta puede sentirse una madre con el “poder” que tiene! Su sola presencia aquieta los temores e inquietudes del hijo, quien bajo su sombra segura nace, crece y envejece.
Por su parte, los hijos agradecen a su madre por su amor, que es un bálsamo y remanso y porque los acoge como seres únicos e irrepetibles.
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