Completos
Un mito cuenta que Dios creó al hombre y a la mujer unidos en un solo ser que luego se partió en dos. Un hombre y una mujer extraviados en el Cosmos, desde entonces buscándose. La plenitud de esa naturaleza nuevamente reunida la llamamos “amor”. Algunos lectores me escriben desde la aflicción sobre su “incompletud”. Buscan esa otra mitad que no se les dio al nacer, esa que en algún lugar existe y se acopla con la precisión de una predestinada.
Otros preguntan sobre por qué el hombre o la mujer insatisfechos buscan completarse en dos, tres o más. Respondo que “una persona no llena ni la mitad de tu necesidad vital”, por tanto el resto es aquello que se debe alcanzar para llegar al cien y amar en plenitud. Mala fortuna. Ninguna persona reúne todo lo que buscamos en el otro y harían falta mil para cubrir todas nuestras necesidades. El amor es siempre un vacío feliz.
La verdad es que quien no ha aprendido a completarse a sí mismo sin necesidad de otro, no hallará la sintonía del amor. Sirve decirlo, no amarse, creerse incompleto, vagar entre soledades y quejarse por lo que no se es, es una forma de bloquear el amor. Nadie aspira a ser complemento, sí compañía. Somos individualidades plenas si es que erigimos un mundo propio, donde la suficiencia perfile los requerimientos de un amor maduro, de uno que no necesita, que da. Quien tienta el amor no corre tras la felicidad sino tras quien cree que puede acompañar esa felicidad. ¿Solo las personas completas pueden ser amadas? Desde luego que no, aunque la infelicidad y orfandad como estilo de vida solo llama a la piedad. Fromm escribía sobre ese permanente sentimiento de separación, de esa soledad de a dos. A fin de cuentas, nadie ama para completar un formulario, el formulario que no somos.
El patetismo del amor romántico clásico llamaba a dos infelicidades para juntarse en una plenitud bastante frágil. El amor feliz encuentra en dos seres casi plenos una riqueza conjunta. Si no sabes tomarte un café a solas, amarte con firmeza, si no tienes vida, mundo o una risa destellando entre los ojos, el amor puede ser no más que un yaraví. “Las largas horas/ que sin ti paso/ son insufribles, /vivo violento, / nada me gusta, /todo me aflige”, escribía Melgar a Silvia, sin esperanza, obvio. Nunca tocará sus labios.