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Comunicación violenta

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Fecha Publicación: 24/09/2025 - 09:57
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Una de las características que diferencia a los grupos terroristas de los grupos criminales es la naturaleza inicial de su violencia. Es decir, mientras los terroristas aplican violencia para impactar abiertamente contra gobiernos y población, los criminales apuntan a que sus actos se mantengan lo más ocultos posibles del conocimiento público. Las acciones terroristas son pues "propaganda por el hecho" y mientras más se difunden más cumplen su objetivo de aterrorizar con fines políticos. Un ejemplo de ello fue el ataque del 9/11 contra las Torres Gemelas en EE.UU. por parte de al-Qaeda y el impacto mundial que significó. Es parte de una estrategia de comunicación deliberada para la manipulación de las percepciones entre la gente en pro del terror político (revestido de "lucha religiosa"). En Perú, por ejemplo, desde machetazos a mujeres embarazadas en la sierra ayacuchana o en la selva alta de Junín, cabezas decapitadas de estudiantes universitarios en Huancayo... hasta la explosión de Tarata en Lima forman parte del amplio historial de comunicación violenta terrorista de Sendero Luminoso.

Las organizaciones delictivas en cambio, al tener como fin el lucro o la ganancia intentan evitar involucrarse en atentados "llamativos". No es la publicidad su norte. Pero, ¿qué pasa cuando los criminales comienzan a imitar o recurren calculadamente a la propaganda por el hecho como los extremistas políticos violentos?

Como es sabido los criminales evolucionan e innovan en su accionar; así pueden llegar a usar tácticas de terrorismo que les facilite no solo la competencia y la supremacía ante otros grupos contrincantes, sino que además van dando pasos para instalar el miedo y el control entre la ciudadanía vía una dosificada violencia criminal. Es lo que se ve cuando queman, decapitan o cuelgan de los puentes a sus enemigos. En México esto es ya habitual. Este tipo de terrorismo —o de nexo crimen-terror— es comunicación violenta y se suma a otras como el bombardeo (en Perú lo vemos con las granadas, bombas molotov y dinamita contra bodegas y otros negocios), los ataques incendiarios (contra bienes privados, unidades de transporte, etc.) y el asesinato selectivo de políticos. Este último en Ecuador agarró mayor tracción vía la narcopolitica y, como hemos anotado antes, puede darse en Perú a través del sicariato político subcontratado durante el proceso politico o las elecciones nacionales.

En suelo peruano se presencia ya el avance criminal cuando se encuentra a personas quemadas o decapitadas. Inicialmente estos atentados pueden ser producto de la rivalidad con otros criminales que les disputan el control territorial (o hasta del intento de complicar las investigaciones policiales al dejar irreconocibles a los asesinados), pero poco a poco va escalando y son ya las víctimas civiles extorsionadas las que aparecen muertas como parte de un mensaje amenazante que se extiende entre la ciudadanía. Esto implica otro nivel de operatividad delincuencial estructurada.

Decíamos que en Perú aún no se puede hablar de un proceso de "mexicanización" instalada, pero sí hay síntomas de ese violentismo criminal que va dándose embrionaria y gradualmente. En todo caso Perú puede estar acortando distancias primero con Ecuador para después hacerlo con Colombia en este terreno.

Que los criminales apuesten por técnicas terroristas no los convierte en terroristas en estricto, pero sí muestra cómo los nexos entre el crimen y el terrorismo son totalmente factibles. El peligro principal es que estos grupos delictivos planteen relaciones de cooperación de alta gama con grupos extremistas via la violencia política. Estos últimos pueden por ejemplo subcontratar a delincuentes para desestabilizar sistemas políticos —incluso descarrilando las protestas legítimas en zonas urbanas— y económicos socavando además las fuentes del capitalismo popular golpeando a emprendedores formales e informales.

Es importante continuar realizando un registro de eventos y alertas de los escalamientos posibles entre el terror criminal y el terror político (como ejemplo, Pablo Escobar unió estos dos factores vía el brutal narcoterrorismo tanto para asegurar riquezas como en su guerra contra el gobierno y la temida extradición. No dudó por cierto en hacerse de un asiento en el Congreso colombiano).

En suma, los delincuentes organizados ejecutan métodos terroristas, como la comunicación violenta contra ciudadanos y fuerzas de seguridad. El paso probable para hacerlo, después, directamente contra los gobiernos en territorio peruano convulsionará la política.

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