Congorito digo yo
Uno de los dramas peruanos es la sublimación que el colectivo hace de sus líderes eventuales al extremo de ocultar o –a lo más– pasar por agua tibia sus excesos y deficiencias. Se aguanta estos mientras va alimentándose la certeza de que tales líderes tocan el cielo de la infalibilidad y que cualquier atingencia que se haga a su proceder roza con la conspiración o la envidia.
Alan García, por ejemplo, dejó en manos del Congreso cinco proyectos de ley al dirigir su primer mensaje a la Nación como presidente del periodo 1985-1990. Luis Bedoya Reyes salió al paso recordando que el mandatario no podía entregar al Parlamento iniciativas legislativas si estas no estaban previamente refrendadas por el Consejo de Ministros, el mismo que recién tomó juramento luego de ese discurso.
Al pobre Bedoya le llovió de todo. Lo tildaron de “leguleyo” para abajo, no sin antes mencionar que todavía rumiaba su fastidio por ser uno de los derrotados por García en las elecciones de 1985. La mayoría de la prensa optó por relativizar la correcta observación jurídica de un adversario del presidente entrante a quien consideraba un fenómeno político inigualable. Alan gozaba entonces de más de 70 por ciento de aprobación.
Luego vino el autogolpe del 5 de abril de 1992. Todavía me resulta difícil entender ese ánimo nacional a favor de la ruptura del orden constitucional y la toma de las instituciones por parte de la dupla Fujimori-Montesinos. No por el lado de los logros que se atribuyeron (derrota del terrorismo y recomposición de la economía) sino por el intento de alcanzar la unanimidad en el respaldo al conductor mientras se satanizaban las voces disidentes.
Vivimos tiempos parecidos en cuanto a idealización de un duce criollo. Martín Vizcarra es un personaje que hoy navega en el aplauso de las masas solventado por actores oficiales y fácticos mucho más afincados en sus respectivas agendas que en la del mismo presidente. Se ganó a pulso el cariño ciudadano por su carácter y cruzada anticorrupción, pero algunos ya quieren convertirlo en joya de vitrina de Tiffany, casi en un “mírame pero no me toques”.
Y ello a costa de un sinnúmero de desaguisados gubernamentales como los mediocres proyectos de reforma constitucional o de ley que salen de las canteras del Ejecutivo. El último de ellos es el que declara en emergencia el Ministerio Público. Proyecto mayoritariamente tildado de inconstitucional por juristas y hasta por los mismos fiscales.
Pero para los patrocinadores oficiales y fácticos (incluido un gran sector de los medios) la consigna es bajar el tono. Viva Vizcarra. Como en nuestra canción de raíces afro: “todo el mundo corre, caramba / corro yo también. Congorito digo yo”.