Corrupción y política en el Perú
En el Perú la conciencia moral viene relajada desde antes de la independencia con palaciegos adulones y cortesanos sin pudor a quienes no les importaba la humillación privada y pública a cambio de dinero y poder subordinado, al más detestable estilo de la mafia en la cual todos quieren acceder al entorno del capo para tener mayor poder y dinero sin importarles robar, matar, entregar a su familia o someterse a las humillaciones más inconcebibles, aunque, buscando el momento más oportuno de debilidad del dueño temporal del poder para eliminarlo físicamente y sustituirlo, en una cadena interminable de sucesores que mantienen vivo el estilo mafioso de corrupción.
Algo similar sucedió en el país en el tránsito del virreinato hacia la república manteniendo en ésta la pésima costumbre de ver la cosa pública no como una oportunidad de servir a la nación y construir un país con prestigio y poder interno y externo, sino como una oportunidad para convertirse en millonarios, en una conciencia pública detestada por González Prada quien exigía hablar a viva voz de la corrupción y de los corruptos, denunciando la podredumbre moral existente en su época (hace ya más de cien años) con su famosa frase “donde se pone el dedo salta la pus” y exigiendo a los políticos la construcción de una verdadera institucionalidad y gobernabilidad en el Estado.
Se comenzó a dividir al país, especialmente con el discurso de los extremistas rojos, quienes al predicar la lucha de clases y la violencia como instrumento para llegar al poder, colocaron a la corrupción como patrimonio de los ricos y poderosos y que los pobres eran, en esencia, depositarios de la honradez, olvidándose que, ontológicamente, el ser humano tiende al mal cualesquiera fuere su situación y posición existencial y que el freno de esa inercia natural hacia lo prohibido debía nacer y fortalecerse con una sólida construcción de valores éticos y morales en el fondo de su alma, sabiendo que nadie se queda con algo al partir de este mundo y que la felicidad, al decir de Aristóteles, solo es un imperceptible instante de plenitud por algún logro que automáticamente genera su nuevo desafío. Por tal razón Jesucristo dijo que en arca abierta hasta el justo peca, lo que nos obliga a tener sistemas y factores de control funcional y moral, tanto externos como internos y en el Perú no se ha construido ninguno.
Hacemos esta reflexión porque ahora enfrentamos la grosera corrupción de la izquierda peruana, desde la señora Villarán y sus adláteres hasta la organización de Pedro Castillo, que siguieron el camino fujimorista, toledista, humalista, pepekausista, vizcarrista, en una larga fila de lo mismo, con procesos penales manipulados, apareciendo los Marrufo, los Fernandini, las Goray y un enorme número de operadores que con Castillo, también procesado, tomaron por asalto el aparato estatal para corromperlo.
En el Congreso todos negocian impunidad. Es una vergüenza nacional.
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