Crear enemigos
La película “Men” es una más de esas creaciones manipuladoras y tortuosas a las que el cine nos tiene acostumbrados. De Alex Garland, es un filme que por sus metáforas pretende generalizar el concepto de masculinidad tóxica. La protagonista decide sin fundamentar, separarse de su atribulado esposo, el dominio es claro y la exasperación lo lleva a advertirle que si lo abandona se suicida. Finalmente, sin manejo de la situación y con el nervio exaltado (que es lo mismo), él se lanza desde una ventana. Decisión boba, porque la vida es una senda de autoconstrucción.
En la teoría del cineasta, el marido dejado de lado representa la toxicidad y ella la victimización por una situación que ahora le afecta, pero no por la culpa. No hay por qué culparse finalmente de lo que es irrelevante. La protagonista se aleja al campo y se hospeda en una finca que da para el terror por su atmósfera, una en la que se le aparece un anfitrión, un policía, un sacerdote, un adolescente y otros personajes más que tienen un rasgo en común: el mismo rostro. Representan al varón que concentra el mal, que es parido una y otra vez (la peor escena cinematográfica que me ha tocado ver), lo que responde a una versión artísticamente totalitaria. En el cine que adoctrina para disolver siempre va a existir un explotador de múltiples caras, un “monstruo capitalista” o un obrero sometido a la mecánica puntual o a la marginación como vector del odio, como en las películas de Chaplin, donde se puntualiza quiénes son los malos del sistema.
En la amarga cultura progre todo viene envuelto para que nadie se dé cuenta que una obra de arte puede ser genial en su muestra, pero deliberadamente retorcida en su contenido. Ocurre en los libros que los modernos sociólogos de la universidad nos mandaban a leer para persuadirnos del malestar y el encapsulamiento de un sistema opresor que, con sus escondrijos freudianos, podía ser apenas la subjetividad machacada del autor.
No hay, sin embargo, mayor toxicidad en el arte que esconde un objetivo ideológico político. Dividir subliminalmente mientras crees que te diviertes con una película de terror o normalizar lo que tus hijos deben ver como lo ven los productores porque ellos gobiernan la cultura. No hay mejor educación que la que te enseña a razonar, a discernir sobre aquello que te nutre o aquello que te envenena.
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