Crueldad
Anahí de Cárdenas, prestigiada artista de teatro y cine, diseñadora gráfica, ganadora del Festival Cinematográfico Internacional de Biarritz (Francia) y del Festival de Lima, anunció hace algunos meses que padecía cáncer de mama.
No ocultó el mal, no se refugió en la privacidad a la que tiene derecho, sino que, demostrando admirable valor, publicó la fotografía de su hermoso rostro con las huellas de la quimioterapia.
Lo hizo, sin duda, para proyectar un mensaje de optimismo contra quienes sufren ese padecimiento e impulsar una cruzada nacional de prevención sobre esa enfermedad, que el año pasado alcanzó a siete mil mujeres peruanas y mató 1,858 de ellas.
Este esfuerzo generoso, sin embargo, fue objeto de crueles y patéticas burlas en memes, algunos producidos por sus propios alumnos.
“He llorado”, dijo Anahi, sentidamente y con razón, aludiendo a esas despiadadas y cobardes mofas.De nuestra parte, podríamos pensar que los autores son jóvenes tontos o irresponsables, pero me temo que forman parte de una cada vez más extensa legión de malvados que gozan o se ceban con la desgracia ajena.
Los leemos vía Tweeter, maravilloso instrumento para comunicarse e intercambiar ideas, que sujetos degradados han convertido en inmunda cloaca, donde desaguan insultos y calumnias.
Dicen los psicólogos que así desahogan sus complejos, traumas y frustraciones. No lo sé. Pero si sé que son cada vez más numerosos los legionarios del mal y los encontramos no solo en las redes sociales sino leyendo declaraciones en medios de prensa, donde vejan a quien quieran, afectando honras y dignidades.
Si se trata de políticos, el ensañamiento es mayor, especialmente en casos de corrupción.
Cuando fieros magistrados enviaron a la cárcel al excongresista Albrecht, en la modalidad de prisión preventiva, a pesar de que padece cáncer al colon y que se encuentra en delgadez extrema, estallaron bombardas y aplausos para celebrar la decisión de los mediáticos verdugos de la justicia y de paso ensañarse con la desgracia del ex legislador.
Muy pocos se atrevieron a exigir su arresto domiciliario ante su delicado estado de salud, quizás por temor que los califiquen de aliados de la corrupción.
Silencio, pues, es la respuesta ante el abuso, a pesar de que conocemos que esos presos engordarán las sobrepobladas cárceles, convertidas en depósitos de seres humanos, donde 45 mil internos no cuentan siquiera con una cama para dormir.
Ahora que una sala superior ha cambiado el régimen carcelario por prisión domiciliaria al ex alcalde Castañeda, aquejado por varios infartos y miosotis, además de cáncer a la próstata encapsulado, se filtra una luz de humanitarismo, que ojalá se extienda no solo al sistema de justicia sino en todos los ambitos de la vida nacional.
Y es que es inaceptable que continúe el abuso de las prisiones preventivas, como denunció la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, porque un inculpado puede pasar años tras las rejas en espera del proceso judicial. Así ocurrió, por ejemplo, con el señor Martin Belaunde, que estuvo cinco años detenido, en condición de investigado, situación en que se encuentran miles de reclusos.
Hay mucho que enmendar para el Bicentenario a fin de construir una sociedad integrada en principios y valores; no en una plataforma de maldades y atropellos que nos degradan y vulneran el principio constitucional que dice que la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado.