David versus Goliat
La agresión de Rusia contra Ucrania evoca la pelea bíblica de David contra el gigante Goliat por la increíble diferencia de fuerza y tamaño entre los contrincantes. Rusia, territorialmente el país más grande del mundo, 17 millones de km2, con una población del orden de los 150 millones de habitantes, la segunda potencia nuclear del planeta y unas fuerzas armadas dotadas de una moderna aviación, con misiles al día con las más recientes técnicas y la decisión inquebrantable de Vladimir Putin de aplastar a su pequeño rival hasta hacerlo desaparecer de la tierra, a fin de convertir a Ucrania en un estado disminuido sin ninguna posibilidad de supervivencia como nación soberana.
En el otro bando tenemos a Ucrania con un territorio nominal del orden de los 500,000 km2, parcialmente ocupado por su enemigo que ya se anexó la península de Crimea, una población que no excede de los 50 millones de habitantes, pero en realidad menor por los refugiados de guerra y grupos que habitan las zonas ocupadas, fuerzas armadas mucho más pequeñas y además con una minoría rusoparlante cuya lealtad en el presente conflicto resulta dudosa.
Ello sin perjuicio de que históricamente Ucrania fue la primera Rusia que luego, en el curso de los siglos, siguió un curso distinto, trayectoria que tuvo el efecto de singularizarla para convertirse de hecho en un país distinto, si bien terminó siendo conquistada en el siglo XVIII por el imperio de los zares, para luego formar parte de la Unión Soviética.
Ante diferencias tan abismales, ¿cómo nos explicamos la resistencia de Ucrania frente a la agresión del enemigo muchísimo mayor en todo sentido? La explicación radica en el poder del liderazgo de su gobierno, presidido por Volodymir Zelensky, un juvenil actor judío de la farándula ucraniana que terminó siendo elegido con un programa de resistencia y afirmación nacional frente a cualquier agresión de su todopoderoso vecino.
Por cierto que la heroica actitud de Zelensky ha contado con el apoyo abrumador de su pueblo, que prefirió soportar una invasión con sus consecuencias de muerte y destrucción a la servidumbre nacional. Suena casi a un medieval cuento de hadas, pero es real y nos vuelve al mundo de los mitos que a veces deciden el rumbo de los pueblos.
Es cierto que Ucrania ha contado con el apoyo económico y tecnológico de los Estados Unidos y de la Unión Europea para utilizar armas que sorprendieron al invasor ruso y en determinados momentos lo paralizaron. Sin embargo, ese decisivo apoyo hoy ha disminuido por la actitud dubitativa del presidente Trump, que vacila entre la confrontación y el entendimiento con su colega Putin, con quien quizás lo unen más vinculaciones de las que puedan apreciarse a primera vista.
Sin perjuicio de ello, Trump ha cobrado sus trece monedas al obligar a Zelensky a firmar un convenio entregando a los Estados Unidos valiosos yacimientos de minerales tierras raras, con el objeto de pagar la billonaria e indispensable ayuda militar norteamericana.
En estos momentos enfrentamos un momento crucial para la paz de Europa y del mundo. No sabemos si el pueblo ruso apoya la política de Putin, si bien por una razón de elemental precaución debe seguir a su gobierno para que no haya acusaciones de traición.
En esa situación nos encontramos, en la cual la independencia de Ucrania depende de un hilo, quizás reflejado en la honda de David que, de una pedrada certera, liquidó a su enemigo Goliat. ¿Podrá ser así? Hoy no lo sabemos, pero nunca se debe perder la esperanza.
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