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Davos al desnudo: cuando la reputación se convierte en fachada

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Fecha Publicación: 02/05/2025 - 21:50
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La renuncia forzada del fundador del Foro Económico Mundial (WEF), Klaus Schwab, en medio de denuncias por corrupción, nepotismo, acoso sexual y manipulación institucional, evidencia la caída moral de un modelo de poder global que se legitimó como benefactor del bien común por décadas. Schwab vio su ocaso por el peso de sus propias contradicciones y no por ideologías. El WEF afronta su prueba más desafiante: corroborar si su influencia era real o solo espectáculo. En Davos ha caído una élite que presumía sobre ética suficiente para no practicarla.
A lo largo de los años, Davos fue vista como el cénit del progreso mundial, abogando por la sostenibilidad, la inclusión y un liderazgo multilateral. Diversas investigaciones de medios europeos revelaron que, más bien, era un espacio de validación mutua entre élites empresariales, políticas y filantrópicas. El denominado “capitalismo de stakeholders”, que buscaba equilibrar los intereses sociales con los del mercado, se utilizó en ocasiones como justificación para perpetuar privilegios sin control.
El caso de Schwab manifiesta cómo la reputación puede usarse como un velo, ocultando un negocio de relaciones públicas tras la fachada de un liderazgo global. Lo grave no solo es el contenido de las denuncias, sino cómo estas fueron toleradas, encubiertas o disminuidas por una institución que promovía virtudes no practicadas. Coexistían gobernanza opaca, una cultura laboral perjudicial, favoritismo familiar y presiones hacia los medios de comunicación, junto con declaraciones sobre equidad, diversidad y sostenibilidad.
Mientras Schwab divulgaba el bien común en Davos, prevalecían unos pocos que decidían sin rendir cuentas ante el silencio cómplice o los aplausos de muchos que no querían quedar fuera del club. El escándalo trasciende fronteras. Advierte a países como Perú, donde ciertas organizaciones han operado con doble moral sin consecuencias. Bajo discursos similares se camuflan prácticas de captura del Estado, privilegios sin fiscalización y agendas ocultas.
La reputación no puede continuar siendo usada como un maquillaje. Se necesita que sea consecuencia de prácticas auténticas y no de estrategias de posicionamiento huecas. Sería un error que el escándalo destruya todo lo que Davos representó. Schwab supo posicionar temas claves como el cambio climático, la cooperación internacional y la gobernanza digital. Pero eso no lo absuelve.
Aunque facciones antiglobalistas puedan ver esto como una oportunidad para desacreditar toda forma de cooperación internacional, el reto es diferente: reformar radicalmente las estructuras de gobernanza reputacional, no destruirlas. No basta con cambiar simplemente de portavoces o nombres.
Davos invita a una revisión radical en cómo se presenta el liderazgo. Se precisan figuras que personifiquen la ética con humildad, estableciendo límites y promoviendo la transparencia. Líderes cuya inspiración derive no del esplendor de su oratoria, sino de la firmeza de sus acciones. Un liderazgo que no solo abra las puertas de las instituciones, sino que actúe correctamente incluso en la ausencia de observadores.
Para Perú, existe una lección: sin integridad, ninguna reputación perdura ante el escrutinio del tiempo. Las organizaciones que aspiren a liderar deben tener congruencia total entre sus palabras y sus actos. El caso Schwab confirma que el poder puede ser construido a partir de una narrativa por años, pero al final prevalece la verdad.
Las organizaciones deben establecer liderazgos con límites claros, adoptar estructuras que permitan auditorías, instaurar canales para denuncias y ejercer una tolerancia cero contra los conflictos de interés. No se trata de un cambio de rostro, sino de filosofía.
El caso Schwab marca el fin de una era. Davos ha perdido el esplendor que no supo sostener con acciones coherentes. Si Perú desea evitar replicar ese modelo de teatro reputacional, debe comenzar por reconocer que la integridad ya no es una virtud decorativa, sino la única estrategia viable para sostener la legitimidad.

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