De carne y hueso
Publio Terencio el Africano puso en boca de Cremes (personaje de su obra teatral El enemigo de sí mismo) una frase que hizo historia desde el año 165 antes de Cristo hasta nuestros días, repetida incluso por Carlos Marx pero vigente en nuestro país gracias al gran José María “Chema” Salcedo: “Homo sum; humani nihil a me alienum” (Soy un hombre; nada de lo humano me es ajeno).
Esto aplica no solo para darle comprensión a las alegrías, penas, entusiasmos y cuantas manifestaciones tengan nuestros congéneres, sino también a su condición errática, inadmisible, socialmente repudiable cuando abandonan los valores mínimos que hacen posible nuestra existencia. O también cuando hechos ciertos y concretos de la historia se alteran para deificar y volver inmaculados a bípedos de nuestra especie.
Por ello, me pareció siempre notable el libro Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, quien aborda la naturaleza humana, “al ser de carne y hueso”, en la dimensión de su búsqueda de trascendencia.
Traigo esto a colación atribulado por la abundancia de panegíricos que las últimas semanas recaen sobre dos figuras fallecidas, sin duda merecedoras de elogios por sus obras literaria y pastoral según la perspectiva mayoritaria. Me refiero a Mario Vargas Llosa y al papa Francisco I, claro está.
La tendencia hagiógrafa sobre ambos resulta extenuante y enfermiza. No me inclinaré jamás por la desacreditación absoluta de figuras públicas, pero sí creo necesario someterlas siquiera al escrutinio del debate como lo debemos hacer cada persona que respira en esta tierra, con nuestros propios excesos y conductas deleznables.
Y Vargas Llosa como Jorge Bergoglio (quien dijo en la última entrevista que concedió a un compatriota argentino: “la iglesia de los santos no sé dónde está. Aquí todos somos pecadores”) merecen el juicio objetivo de la historia. Algunos lo han hecho, debemos reconocerlo, sin pizca alguna de rencor, envidia, odio u otra pasión subalterna. Pero de verdad atosiga el grado de perfección con el cual los pintan muchos, muchísimos.
En lo particular, tengo críticas puntuales. Fuera de mi propia experiencia en una entrevista radial el año 1990 (en la cual me dio un trato casi de gusano solo por demostrar que mentía cuando afirmaba que nunca había hablado de shock económico en caso llegara a ser presidente) hay innumerables testimonios sobre la intolerancia de Vargas Llosa (“Soy de naturaleza desconfiada y susceptible”, se autocalifica en El pez en el agua, página 274). Sí, fue un genio que en algunas circunstancias no se puso por encima de amarguras menudas, aún con gente de su entorno.
Y Francisco se volvió para mí inexplicable (casi como la piedra de los 12 ángulos del Cusco) con sus abrazos y bendiciones al asesino Nicolás Maduro, mientras no disimuló el desagrado de posar al lado del presidente de su país, el demócrata Mauricio Macri (aunque este pretenda hoy vender una imagen cordial de su visita al Vaticano).
Seres de carne y hueso, humanos con alturas y bajezas. Así hay que considerarlos.
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