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De depredador a fantasma

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Fecha Publicación: 01/10/2024 - 21:00
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Cuesta entender la tozudez de Paolo Guerrero que, montado en un tobogán, no tiene freno para detener lo que podríamos llamar su autodestrucción de una brillante y fructífera carrera futbolística que, a sus casi 41 años, no tiene fórmula humana, ni mucho menos mágica, de regresar al pasado y seguir siendo figura. En las últimas temporadas ya era un jugador marginal que no tenía lugar. Esa manida frase de que el tiempo le “pasa factura” era y es tan cierta como su intrascendencia dentro de la cancha, muchas veces colocado allí, doblegando voluntades y razones solo por el sentimentalismo que toma cuerpo cuando se pierde el equilibrio. Y te dejas arrastrar con otras consideraciones no precisamente técnicas o futbolísticas.
Estábamos gozando a mares frente al Guerrero depredador y nos topamos con un reencarnado Guerrero, esta vez fantasmal, convocado por el destino para lucir su testarudez y borrar con facilidad tantos años de gloria en Europa y América, jugando como los dioses y haciendo en la selección un aparte, en medio de las contingencias del supuesto doping que lo maltrató como jugador y ser humano. Es entonces cuando recala en un misterioso club Avaí de Brasil, luego pasa al Racing de Avellaneda, donde Fernando Gago no lo quería, hace algo más decente en el LDU de Quito y finalmente desfonda la caja fuerte de los Acuña en Vallejo, que paga caprichos y excesos del divo fulminando la economía del club más impopular de Trujillo, abonando salarios y gastos exorbitantes con cargo a las cuentas millonarias de sus mecenas.
Es a partir de allí que se habla del sueño de su vida, al estar hoy en Alianza Lima, donde esa hinchada fiel le baja el dedo más temprano que tarde, porque sus seguidores se rehúsan a aceptarlo como alternativa, excluyendo a otros en mejor momento, lo que sin embargo tiene el visto bueno de Soso, que busca complacerlo a él y a sus contratantes, haciendo trizas el once y poniendo en riesgo todo el compromiso de la temporada de su propia institución.
Llegar a la cima cuesta un montón, ser un histórico es de pocos; él no recapacita para cautelar lo andado y preservar lo que le queda. Pretender repetir el plato es pura fantasía, es más sencillo irse de bruces por insensato a tal punto de convertirse en un reservista de lujo, apoltronado en esa banca que jamás compartió en cancha alguna. Echar a perder una encumbrada carrera, llena de merecimientos y elogios en la prensa de todos los idiomas, es algo que no tiene nombre propio. Quebrar ese amorío de décadas con millones de peruanos, y más en todo el mundo, es un absurdo que Guerrero no quiere o no puede darse cuenta.
Parece que, a su edad trajinada, nunca maduró lo suficiente para enfrentar esa maravillosa vida de éxitos y abrazos, donde toda la gente —para ser más rotundo, sus hinchas y los rivales del frente— lo reconocía y admiraba por su trascendencia en cada acción para hacerla linda. No en vano, como para ponerle la cereza a la torta, el técnico de la selección ha decidido ignorarlo por los dos partidos que vienen, tomando en cuenta que no está para esos trotes o quizás para evitarse el dolor de cabeza de verlo en el campo o saliendo de él, con el tono adusto, mortificado, emputecido, o lo que se quiera, jamás aceptando lo que sus superiores puedan decidir. O lo que es más probable: darle tiempo para que revise lo que ha hecho de su vida en los últimos años, y se ponga de pie para entender que lo pasado, pasado es y que no hay retorno.

Por Bruno Espósito Marsán

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