De los procesos penales y pandemias
Olvidémonos por un instante de los procesados. Es inaudito y kafkiano que una audiencia de prisión preventiva dure días de días en el que se ven temas de fondo, cuando de lo que se trata principalmente una diligencia preparatoria y de garantía procesal es una donde el justiciable sea un sujeto peligroso, no obstaculice la justicia, no pruebe arraigo en todo sentido y tenga la posibilidad de esconderse o fugarse para dictar esa medida altamente gravosa. Una audiencia que debería ser expeditiva y rápida se convierte en una parodia de juicio con pseudo acusaciones y fogosos alegatos. Ya ni ocuparse de los famosos “controles de acusaciones” que duran meses o de los verdaderos juicios orales (si llegan a instalarse) que se prolongan por años... si no décadas.
Plazos interminables que jamás se cumplen, leguleyadas a la orden del día, absurdas acumulaciones de penas, delitos muy mal tipificados, un Código Penal parchado y remendado donde muchas de las penas no guardan relación con la gravedad del bien jurídico tutelado, juicios ya culminados que vuelven a abrirse y prisiones preventivas que en la práctica son verdaderas condenas. Y por cierto, la barbaridad que cerca del 40% de la población penitenciaria -con cárceles absolutamente colapsadas- no tenga juicio, ya ni decimos sentencia y otros cuyos procesos son una pesadilla que lleva -muchas veces- toda una vida sostener.
Sin ninguna duda, nuestro sistema judicial-penitenciario debe ser uno de los peores del mundo. Al momento de escribir esta columna de opinión continúa la interminable audiencia de prisión preventiva de la cuñada-hija del Presidente y del alcalde de Anguía. Ya van varios días en este plan. Encima tanto el Poder Judicial como el Ministerio Público siguen pensando que estamos en el pico de la pandemia permitiendo que las audiencias y muchas diligencias no sean presenciales por un absurdo temor al contagio de una enfermedad que hace rato dejó de ser peligrosa.
A propósito de ello, circula un video muy bien realizado en el que el experto médico infectólogo Omar Neyra nos alerta del inmenso daño que les estamos haciendo a nuestros niños que deben asistir a los colegios y permanecer con la inútil mascarilla por ¡ocho horas! Eso es una tortura para cualquiera y configura un evidente maltrato infantil. Ya en el mundo este adminículo no se usa más, solo en un país como el Perú, acompañado de algunas otras republiquetas (en eso nos hemos convertido penosamente), su uso sigue siendo obligatorio. Que muchas personas la sigan usando en todo momento -pensando ilusamente que así se protegen no sabemos de qué- no debería ser motivo para obligar a toda la gente a tener que usarlas. ¿Hasta cuándo seguiremos con esta especie de paranoia sanitaria colectiva?
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