De tontería en tontería
El Consejo de Estado fue una creación de Ántero Flores-Aráoz, entonces congresista y presidente del Parlamento. Lo hizo como salvavidas para evitar el hundimiento como presidente del cleptómano Alejandro Toledo. Recordemos que en 2004, El Comercio lanzaba en sus portadas titulares exigiendo que el entonces mandatario diese un paso al costado “por hechos de corrupción” ligados a sus familiares. Sin embargo, lo que en realidad buscaba ese diario -chantajeando el jefe de Estado- fue que Toledo ordenase a su lacayo Almeyda, el entonces mandamás de Indecopi, que América Televisión –bajo administración de dicho organismo por estar en insolvencia- fuese transferida al citado diario. Dicho esto el chantaje surtió efecto. Toledo santificó la írrita transferencia y El Comercio cesó su extorsión contra Toledo, a quien desde la fecha del intercambio de favores volvería a llamar “el mejor mandatario de nuestra historia”.
La iniciativa de Flores-Aráoz fue instituir un ente, pomposamente denominado Consejo de Estado, para coordinar acciones y ayudar el presidente en “la toma de decisiones y el manejo del Estado”. El entonces presidente del Legislativo presentó la propuesta en palacio de gobierno ante un Toledo desesperado, que aceptaba lo que le sugiriesen con tal de no ser vacado. Tanto que apenas Ántero sacó al Consejo de Estado de su chistera, de inmediato Toledo convocaría a sus integrantes originales: los presidentes de los tres poderes del Estado. Pero al comprobar Toledo que El Comercio no seguía con la campaña extorsiva contra él, regresaría a sus andanzas. Y seis meses después incorporaba al presidente del TC como miembro del Consejo. Ello abrió la puerta para que tiempo más tarde, otros mandatarios terminasen afiliando a nuevos paracaidistas, incluyendo al fiscal de la Nación, al Contralor y hasta aquella figura tan incombustible como inútil llamada “Defensor del Pueblo”. Poco falta para que se integre a cualquier pinche burócrata que pudiera ocurrírsele a un caradura como el jefecito Vizcarra.
Evidentemente la Constitución no contempla en artículo alguno un Consejo de Estado. ¡Es más, legítimamente ni siquiera existe! Como tampoco tiene atribuciones delegadas ni funciones establecidas. Menos todavía rige ley alguna que lo establezca y/o regule. Viene a ser otro comodín de Vizcarra para utilizar a figurones haciéndoles tomar el té y comer unos sandwichitos calientes en palacio, mientras conversan sobre nada para tampoco adoptar acuerdo alguno. El asunto es aparecer en la foto que al día siguiente destacarán en portada los diarios venales que festejan todas las tonterías del gerifalte. Por cierto, cada vez que Vizcarra presiente que el agua le está llegando al cuello, lo primero que hace es citar al Consejo de Estado exponiendo a los tristes figurones -que le acompañan- como guardaespaldas de un presidente mendaz y cínico puesto allí por factores exógenos a la voluntad del pueblo. Vale decir, trasgrediendo los fundamentos de toda Democracia y toda República.
Tanta intrascendencia e inutilidad tiene lo que acuerde el Consejo de Estado, como lo que diga esa otra fabricación llamada Acuerdo Nacional. Dos mamotretos inservibles para mejorarle la calidad de vida a Juan Pueblo.