Debanhi y Flora
No voy a referirme a alguna estadística sobre violencia y crímenes contra la mujer, porque cada día son peores. Qué importa una cifra si sólo este año, por ejemplo, en la periferia del estado de Nuevo León de México, uno de los más prósperos de ese país, hay más de 50 mujeres desaparecidas. Qué importan las estadísticas para los familiares de Yolanda, Allison, Paulina, Celeste, Karen, Diana, Sofía…muchachas de la zona de las que no se sabe nada hasta hoy.
No voy a aludir, tampoco, a los procesos penales y a la justicia en general porque son magros sus resultados cuando se trata de defender los derechos de las mujeres. Muchas no sólo son víctimas sino que vuelven a serlo en los trámites y en los procesos. Tampoco voy a citar ningún documento ni ninguna declaración en su favor porque hay demasiados.
Sólo voy a mostrar una foto, la de una muchachita que se llamaba Debanhi en una carretera de Nueva León, en México, la última que se tiene de ella con vida, días antes de que su cuerpo fuera encontrado en una vieja cisterna sin usar. Tenía una profunda contusión en el cráneo y había sido violada. En medio de una confusión de intervenciones policiales y fiscales -la cisterna había sido revisada cuatro veces antes del hallazgo fatal- la única certeza es esa foto y ese cuerpo, identificado por un collar con un crucifijo que llevaba alrededor del cuello, así como por la ropa que al momento de la desaparición tenía puesta.
Sólo voy a pensar un momento en mi madre, en mi esposa, en mi hija, en mi hermana. Un escalofrío se apodera de mí y no sé si rezar o maldecir. Miren esa muchacha parada en la encrucijada de la muerte y reparen en esas dos luces de un automóvil divisando la carretera. Debería ser el carruaje de San Gabriel cuidando de su ángel, pero es el todoterreno de la maldad y la concupiscencia humana vigilando a su presa.
Una mujer sola en el camino cuando una sociedad entera debería acompañarla, especialmente, cuando es acosada y maltratada sólo por el hecho de ser mujer. Con las estadísticas en escalada permanente, no es lícito, acaso, preguntarse si el sistema está hecho para ignorarla.
Flora Tristán, precursora de la defensa de los derechos de la mujer, acuñó una frase que luego se hizo universal. Parafraseándola, escribo ahora: ¡Mujeres del mundo uníos!
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